Leonardo Boff: contra la “hamburguerización del mundo” y hacia la “revolución molecular”
Por: Beglis Alfaro
23 de Marzo de 2007
Leonardo Boff anduvo una semana por Costa Rica. Su prédica por nuestra “casa común”, La Tierra, por la sobrevivencia de todos los seres vivos, por la necesidad de entender cuán implicados estamos en y con el mundo, con el polvo de las estrellas, con las bacterias y con nosotras y nosotros mismos, resonó en cada espacio colmado de su presencia, en cada persona que acudió a verlo y oírlo.
Y es que con Leonardo Boff ocurre que al verlo, aunque esté en silencio, años, ha escrito unos 60 libros, casi el equivalente a su tiempo de existencia. Alto y delgado, serenísimo, con un especial buen sentido del humor que entremezcla con verdades amargas, como que “vivimos una crisis de sentido, de falta de rumbo histórico, en la era del desencanto, con el mundo, con nosotros, con la política, con Bush, incluso con Lula, y hasta con Ronaldo y Ronaldinho, que nos han invergonzado en el último campeonato mundial”.
Tiene el cabello blanco y abundante, y su barba blanca-plateada, y larga. Como una imagen del sabio occidental que tal vez vimos en algún libro de cuentos. Decía un amigo: “si le quitamos la barba, lo convertimos en un hombre de 40 años. ¿Será que no es de este mundo?”.
– ¡¡¡Sí!!! Digo, ¡no! Tan de este mundo es que se ganó broncas con la Iglesia Católica cuando abrazó la Teología de la Liberación y su opción por los pobres, como Frei Betto y Ernesto Cardenal. Recuerda que fue franciscano. Pero también se casó y su esposa es aquella señora que está allá, la que anota en la agenda.
De hecho, en 1985, el mismo Joseph Ratzinger, actual Papa Benedicto XVI, cuando era cardenal y dirigía la Congregación para la Doctrina de la Fe, ordenó su silencio tras atreverse a criticar en uno de sus libros a la Iglesia Católica.
Boff cuántico
De ser conocido otrora como el filósofo y teólogo de la Liberación; Leonardo Boff, nacido en Brasil, se ha convertido actualmente en uno de los maestros del llamado Nuevo Paradigma. En una de sus charlas en este país centroamericano confesó su inmersión en las nuevas ciencias, especialmente en la física cuántica para entender las implicaciones de sus hallazgos en la nueva visión del mundo y de las relaciones entre todos los seres vivos, incluyendo por ser viviente nuestro planeta, Gaia, como lo bautizó James Lovelock, en referencia a la diosa griega de la tierra.
El mismísimo Fritjof Capra, físico cuántico, autor de El Punto Crucial, es su amigo, y le habría dicho que su visión de Dios es la más sublime que había escuchado. Para Boff, Dios no es un ente inmanente y vigilante de lo que nos ocurre, sino que su esencia son relaciones, totalidad. Y es que desde la cuántica, la realidad (incluyéndonos los seres humanos y humanas) es un fluir de energía enmarañada, palpitante, cambiante, pero una maraña al fin, inextricable, que nos hace interdependientes, y por tanto, indisolublemente comprometidos en el mismo destino como “comunidad de vida” que somos.
De allí que Leonardo Boff cita Nietzsche y su frase “Dios ha muerto”, para ayudarnos a entender nuestro momento histórico. Y seguidamente explica: “Pero no es que Dios ha muerto, porque un Dios que muere no es Dios. Nosotros hemos matado a Dios y por ello vivimos en un desamparo existencial. Hay una desaparición del horizonte utópico de la humanidad. Sufrimos una falta de lazos que liguen y religuen”; nos religuen.
Sobre nuestro origen cósmico
Boff fue uno de los comisionados y co-redactores de la Carta de la Tierra, junto a Mijaíl Gorbachov y Mercedes Sosa, entre otros y otras. Desde entonces (o desde siempre) nos pide a gritos escuchar el grito de Gaia, que a su vez es nuestro propio grito, quizá ahogado por la indiferencia y la incomprensión de nuestra propia naturaleza humana.
“Tenemos varios enraizamientos –dice-: el cósmico, el biológico, el histórico, el cultural y el personal”. Para Leonardo Boff no debe avergonzarnos reconocer nuestro origen cósmico, tanto como el terrenal. “Venimos del Big Bang. En un primer momento estábamos todos juntos. Cargamos en la piel las energías fundamentales del universo: la gravitacional, la nuclear, la electromagnética. La vida es un capítulo de la evolución cósmica, y la vida humana es un subcapítulo del capítulo de esa evolución”.
Boff cita las más recientes investigaciones en el campo de las ciencias genéticas y concluye: “Todos los seres vivos somos parientes. Tenemos el mismo código genético, formamos una gran comunidad de vida. Somos hermanas y hermanos. Somos seres culturales. Somos un proyecto infinito, por ello la solidaridad, la interdependencia y la cooperación son ley fundamental. Por ello es tan perverso el capitalismo que pone todo el énfasis en la competencia”.
Al igual que muchas y muchos, Leonardo Boff sintió un fuerte estremecimiento cuando a principios de febrero de este año, la Organización de las Naciones Unidas presentó el Cuarto Informe de Evaluación del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), que nos revela descarnadamente nuestro planeta agonizante por los efectos del calentamiento global, y la inequívoca responsabilidad humana en este dantesco cuadro. “Fue una ruptura en la conciencia colectiva de la humanidad”, expresa Boff. Sin duda, nuestra Espada de Damocles, una lastimosa evidencia de que no hemos sabido relacionarnos desde el agradecimiento con nuestra Madre Tierra, ni entre nosotras ni nosotros mismos.
Recordé entonces que el físico Michio Kaku, en su libro “Visiones. Cómo la ciencia revolucionará la materia, la vida y la mente en el siglo XXI”, refiere los logros que pudiéramos alcanzar con lo que él llama los “tres pilares actuales de la ciencia”: la revolución informática, la revolución biomolecular y la revolución cuántica. Podríamos con la nanotecnología –dice- “destruir microbios infecciosos, matar las células de los tumores una a una, patrullar por nuestro flujo sanguíneo y eliminar la placa de colesterol de nuestras arterias, limpiar nuestro entorno interior devorando los residuos peligrosos, eliminar el hambre del mundo cultivando alimentos sanos, baratos y abundantes. Registrar células dañadas e invertir el proceso de envejecimiento, construir superordenadores del tamaño de átomos”.
Y sin embargo, con estas inmensas potencialidades, la lucha será por evitar nuestra autodestrucción, en caso de que todos los seres humanos y humanas acordemos intentar paliar la crisis planetaria, y que los liderazgos del mundo asuman su responsabilidad como promotores de decisiones políticas atinadas y coherentes con una actitud de servicio hacia y para la vida.
Hacia una nueva espiritualidad
Para Leonardo Boff el asunto con el calentamiento global no está en adaptarnos a esta realidad ni tratar de aminorar el drama que tenemos encima. Se trata de cambiar el paradigma de civilización, de intentar incluso una verdadera “revolución molecular”, es decir, nuestra propia revolución personal, nuestro viraje, un cambio en nuestras moléculas, desde adentro hacia fuera.
El reto –señala- está en “mirar lejos hacia atrás” y reconocernos en nuestra historicidad cósmica y terrenal, en “mirar lejos hacia delante” para vislumbrar un nuevo horizonte, un proyecto de vida colectiva, y finalmente “mirar lejos hacia arriba”, que implica desarrollar una visión espiritual del mundo, y un nuevo humanismo.
Esta espiritualidad no necesariamente está asociada a las religiones, advierte. “Las religiones no tienen el monopolio de la espiritualidad. La espiritualidad es aquel momento de la conciencia por el cual nos sentimos parte de todo, en el que el ser humano puede escuchar su propio corazón”.
Boff cree que debemos seguir apostando a la vida, atender el clamor ecológico, garantizar el futuro de la Tierra y la supervivencia de todas y todos, promoviendo una cultura de y para la paz, de amor y humanidad; garantizar la unidad de la familia humana, y también la singularidad y la identidad de América Latina. “Debemos sentar a la gran familia humana alrededor de la mesa para disfrutar de la generosidad de la naturaleza”.
Las palabras de Leonardo Boff retumban, estremecen y dejan claro que nuestra responsabilidad en el destino compartido como humanidad es inobjetable. Nos convoca a un accionar ético, a una postura ante y con el mundo, a practicar una nueva política, a recuperar la mirada relacional de la vida como espiral, esa concepción implícita en las tradiciones místicas orientales, en la doctrina cristiana original y en nuestras culturas primigenias.
Boff regresó de nuevo a Brasil con la promesa de continuar su prédica, para evitar la “hamburguerización del mundo”, un riesgo que se corre en el proceso de globalización, dice; con la promesa de seguir abogando por la Tierra, que no es más que gritar por todas y todos.
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