Informe de la 11ª Delegación Asturiana de Verificación del estado de los Derechos Humanos en Colombia, 2015
En el Parlamento Europeo estamos acostumbrados a hablar de Derechos Humanos (DDHH). Constituye un tema recurrente en el Plenario o en las diferentes Comisiones, Subcomisiones y Delegaciones. De hecho, en cualquier acuerdo de Asociación con la UE, existe una cláusula que advierte que su vigencia está supeditada al respeto de los DDHH. Pero la realidad es que no se cumple.
Por desgracia, el uso de los DDHH termina siendo un arma arrojadiza que emplea la mayoría parlamentaria para atacar a los países cuyos gobiernos no están alineados con los intereses de esta Unión Europea. Así escuchamos hablar de Cuba, Venezuela o Rusia como países que no respetan los Derechos Humanos pero casi nada, o nada, de si lo hacen EEUU, Israel, México o Arabia Saudí ya que son los “amigos” en los que nos apoyamos. Tratándose de ellos hay que mirar hacia otro lado o ser suaves y respetuosos cuando salta algún escándalo sale a la luz. Y cuando salta así ocurre, no escuchamos furibundos discursos en el Plenario ni se producen resoluciones de urgencia pidiendo sanciones o exigiendo actuaciones de dureza. No comparecen los líderes parlamentarios en los grandes medios de comunicación agitando a la opinión pública. No importa que en México la impunidad sea del 98%, como reconocen organismos adscritos al gobierno mexicano, o que en Arabia Saudí se decapite a mujeres acusándolas de brujería.
De Colombia se sabe muy poco. Tenemos en nuestro subconsciente pinceladas de un horror que allí es cotidiano. De vez en cuando se hacen públicas, a cuentagotas, las terribles cifras que arrastra este país. Cifras que marean por su inmensidad. Es el país con más sindicalistas asesinados, con mayor número de desplazamientos internos, con una guerra que dura ya más de cincuenta años. Pero, aún así, su gobierno no es protagonista de las tertulias, ni se le exige democracia o respeto a los DDHH, como a otros países que ni siquiera resisten una mínima comparación. Y si ahora sale a la luz o se habla de Colombia, es únicamente para informar de las conversaciones de paz en La Habana o para sumar en la macabra cuenta, a costa de los últimos enfrentamientos militares, por un alto el fuego bilateral que no llega.
Afortunadamente, hay quienes no usan dobles estándares, gente que se niega a permitir que se oculte la realidad bajo el manto del silencio de los intereses geopolíticos. Personas valientes que se empeñan en documentar sobre el terreno las violaciones sistemáticas de los DDHH. Son los integrantes de la Delegación Asturiana de Verificación de los Derechos Humanos en Colombia, que cada año, y ya van once, dedican dos semanas de su tiempo a recorrer el país para ver con sus propios ojos y escuchar de viva voz los testimonios de las víctimas, de los actores políticos, de las Naciones Unidas, de las oenegés o del propio gobierno colombiano.
Tuve el privilegio de ser invitado a participar en la onceava visita, donde pude comprobar, en primer lugar, la altura moral de sus componentes y la sencillez con la que desempeñan su tarea y, en segundo lugar, conocer de primera mano una parte de la realidad colombiana.
Durante el tiempo que estuve en Colombia pude ser testigo de primera mano de las consecuencias de un conflicto que ya se alarga demasiado, un conflicto que no es solo militar sino que hunde sus raíces en una tremenda desigualdad que los diferentes gobiernos se empeñan en mantener. Calaron en mí, profundamente, las palabras de los que, aún amenazados, se empeñan en seguir exigiendo justicia. Colombia no es solamente muertos, también es la grandeza de una poderosa sociedad que desde los movimientos sociales o sindicales enfrentan la muerte alzando su grito. Colombianos bravos y colombianas bravas que vencen a las amenazas y a los atentados con manos desnudas y voz clara.
No podré quitarme de la memoria la visión de un sindicalista del gremio de maestros paseando junto a mí con su chaleco antibalas y sus escoltas. Ya ha sobrevivido a dos atentados y no se rinde, sigue ¡Qué realidad social la de un país donde se asesina sindicalistas de la educación! Y no uno, ni dos, sino varios miles. Sólo con una anécdota como esta se puede entender la tremenda excepcionalidad que existe en lo que se refiere al uso político de los DDHH y a la ausencia sistemática en la agenda política-mediática de lo que sucede realmente en Colombia.
En este informe están desgranadas las dos semanas de trabajo que siete personas desarrollaron en marzo de 2015. En ellas se pueden escuchar las voces silenciadas y comprender un poco más de esta tragedia que se empeña en anegar en sangre a este bello país sudamericano. También encontrarán recomendaciones, porque la denuncia, si no es propositiva, se queda en nada y porque sólo quien conoce los problemas realmente puede ayudar a resolverlos.
Quiero expresar mi agradecimiento a los miembros de la delegación por darme la oportunidad de acompañarles, por la oportunidad de conocer una Colombia que desconocía y por poder ser parte del esfuerzo para alcanzar una verdadera paz con justicia. Ya que sólo con justicia social se alcanza la verdadera democracia, la que garantiza de manera indiscutible una vida acorde a la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Javier Couso Permuy