El Símbolo Sepé Tiaraju
Sepé es el símbolo vivo de las ruinas vivas, de las gentes excluidas, pobres, exploradas, olvidadas, despreciadas,
obstinando en buscar su lugar al sol, en un pedazo de tierra repartida.
Con ocasión del 07 de febrero de 2018, día en que recordamos el asesinato de Sepé Tiaraju, traigo a la memoria la historia y la marca de un símbolo de la lucha
por la soberanía de los Pueblos, el Indio Guaraní Sepé Tiaraju, hoy parte del Panteón de la Patria, Héroe de la Nación Brasileña.
Recordarlo en tiempos de entreguismos e injusticias es reforzar la dignidad de los pobres y la lucha en defensa de la soberanía del pueblo
y de la nación brasileña.
Sepé es el símbolo vivo de las ruinas vivas, de las gentes excluidas, pobres, exploradas, olvidadas, despreciadas,
obstinando en buscar su lugar al sol, en un pedazo de tierra repartida, en un empleo digno, en una infancia decente,
en una vejez respetada en su dignidad reconocida.
Las ruinas de piedras están en San Miguel de las Misiones.
Las ruinas de gente están en las favelas, en los campos, en las haciendas, en las matas, en las cadenas, en las calles,
debajo de los puentes, en las fábricas, en las villas, en los barracones de lonas negras de los campamentos, en las áreas indígenas,
en las riveras de ríos y en las fronteras.
Y continúan vagando por el sur de América grupos guaraníes, herederos de etnia y de sangre de los masacrados en Caiboaté,
el cuerpo muchas veces tambaleante, pero la mirada siempre firme y fijo en el horizonte,
enfriando e intuyendo los signos de la utopía que no muere, día de llegar a la tierra sin males.
Utopía tantas veces crucificada, pero que siempre resucita de entre los escombros.
Las ruinas de piedras son visitadas, fotografiadas, filmadas, admiradas, transformadas en patrimonio de la humanidad.
Las ruinas de gente son escondidas, negadas, ignoradas, difamadas, reprimidas, condenadas, despreciadas, temidas.
La catedral existe. No hay como negar la imponencia de aquellas paredes de piedra. Es un punto turístico. Patrimonio cultural de la humanidad.
Para muchos historiadores, Sepé no existe. Es una leyenda. Es fruto de la imaginación popular. Es la creación de la literatura.
Pero ambos pueblan nuestra memoria y marcan presencia en nuestro imaginario social y en nuestro inconsciente colectivo.
La catedral es memoria visual repleta de belleza plástica.
Sepé es una memoria peligrosa cargada de sueños revolucionarios.
Se desarrolló enorme habilidad en construir-domesticar catedrales.
Utopías revolucionarias son indomesticables. Por eso, mejor transformar sus símbolos en leyendas y desacreditarlos.
Todavía no se ha visto frente a este nuestro malestar civilizatorio.
Hay en el inconsciente colectivo de nuestra sociedad un sentimiento de culpa mal resuelto.
Por eso, para muchos, es más fácil decir que Sepé es una leyenda que reconocer que sólo existimos
por el asesinato de un proyecto civilizatorio infinitamente mejor que el nuestro, pues más justo y más alegre.
Y que sólo puede ser construido bajo los cascos de los caballos y el rastro de las armas de los imperios de Portugal y España
pisoteando la sangre de Sepe y su gente, derramada en defensa de su pueblo, su tierra, su dignidad, su felicidad, de su proyecto civilizatorio.
En la tierra de todos, se clavó el latifundio.
En el trabajo feliz, se clavó la esclavitud y la explotación.
En vez de pan en las mesas de todos, lujo en las mesas de algunos, hambre y miseria en los hogares de muchos.
En vez de dignidad de todos, humillación de las grandes masas que necesitan del favor ajeno para sobrevivir.
Sepé murió luchando. General portugués Gomes Freire ganó.
La furia expansionista de los imperios europeos, bendecidos por una Iglesia aliada a los poderosos, hizo sentir el peso de sus espadas.
La masacre brutal destruyó miles de hogares y miles de sueños. Otro proyecto de sociedad ganaba cuerpo.
Sobre los restos de la civilización guaraní se plantaron los latifundios de las sesmarías,
que hicieron crecer injusticias, desigualdades, odios, dolores y muertes. Y este proyecto, con las adaptaciones de los tiempos, impera hasta nuestros días.
Las ruinas de piedras son intocables y, como están, permanecerán, si se conservan fielmente.
Son la prueba visible de la destrucción promovida por los imperios europeos.
Las últimas escenas de la tragedia registran aventureros bandidos, saqueando lo que restó de los siete pueblos
en busca de los pretendidos tesoros enterrados de los jesuitas.
Estos sí, leyenda.
Las ruinas de gente pueden seguir siendo ofendidas, pisadas, olvidadas, despreciadas, heridas, reprimidas, desgarradas, destruidas, vilipendiadas,
pero siempre conservarán la posibilidad de reerguirse, superarse, resurgir, hasta llegar el día en que el sueño deje de serlo, y convertirse en realidad viva.
Y el pueblo gaúcho y brasileño, reencontrándose con sus raíces más profundas, clavadas en el suelo fértil de la cantante civilización guaraní,
retome en sus manos la construcción del proyecto de sociedad justa y feliz interrumpido a cañones en las cojines de São Gabriel de Rio Grande do Sur
en el fatídico febrero de 1756.
Pero, de vez en cuando, renace y resucita de las entrañas de la tierra,
en la organización y en las luchas de los pobres,
en la resistencia popular,
el sueño y el proyecto de un mundo de hermanos, una sociedad de iguales, una tierra de justicia, una vida con dignidad.
* Por Frei Sérgio Antônio Görgen
– de la Orden Franciscana, militante del Movimiento de los Pequeños Agricultores y autor del libro «Trincheras de la Resistencia Campesina».