Jorge Enrique Robledo Castillo *
En las universidades circula el chiste del estudiante que para descrestar a los primíparos se daba aires contando que su tesis de grado se titularía «La importancia del agua en el transporte fluvial». Pero a los neoliberales colombianos que dicen –como dijo Hommes, el asesor presidencial– que Colombia debe importar cualquier producto agropecuario que consiga más barato en el exterior que en el país, para «ganarse» los subsidios de Estados Unidos, se les debiera exigir que escribieran un ensayo –en inglés, por supuesto– que versara sobre la importancia de la comida en la alimentación de los seres humanos.
Porque también en la práctica, como se sabe, los neoliberales niegan que la producción agropecuaria –de donde vienen los alimentos, hay que recordárselo– no puede igualarse con la de otros sectores, por importantes que sean, dado que los seres humanos no pueden pasarse sin comer todos los días (ojalá tres veces, aunque se sabe que ya hay millones de compatriotas que sobreviven con menos). Y también desconocen que a escala de un país, por tanto, no puede haber preocupación mayor que la de garantizar que el flujo de alimentos a sus habitantes se mantenga ininterrumpido. ¿Qué sucedería si a Bogotá dejara de entrar comida una, dos o más semanas o que esta llegara en cantidades insuficientes? ¿Puede olvidarse el Sitio de Cartagena, en el que los patriotas fueron vencidos, por hambre, por las tropas de la reconquista española?
En su defensa, los neoliberales criollos alegan que ellos no niegan el concepto de la Seguridad Alimentaria, entendido este como el problema de asegurar el adecuado flujo de alimentos, pero que no lo ven como un asunto nacional sino global, es decir, que lo que importa es que Colombia consiga los dólares suficientes para importar la comida que requiera. Que, por ejemplo, exporte flores o carbón para poder importar cereales, leche o carne, dando por sentado –tan ingenuos ellos–, que mientras haya dólares nada ni nadie impedirá que la comida extranjera llegue al país, siempre y oportunamente.
Pues bien, el reciente aparecimiento de la llamada «enfermedad de las vacas locas» en Estados Unidos, mal que cuando se presentó en el Reino Unido le costó la vida a 140 personas y exigió sacrificar 2,7 millones de reses, con pérdidas de miles de millones de dólares, pone en la picota, de dos maneras diferentes, la tesis de la Seguridad Alimentaria entendida como un problema global.
Comprueba que es un acto de irresponsabilidad –para no calificarlo de forma más dura– concentrar la producción y el comercio de la comida del mundo en unos cuantos países y en unas cuantas transnacionales, que es el propósito de los globalizadores. Porque con el paso de los años será inexorable que por crisis fitosanitarias y ambientales o por guerras externas y conmociones internas se den interrupciones en los flujos desde los países productores a los consumidores, lo que generará hambrunas por desabastecimientos y precios impagables. ¿Qué pensarán los mexicanos que por culpa de su «libre comercio» le compran a Estados Unidos el 38,5 por ciento de la carne de res que consumen? Y, según Jacqueline Roddick, ¿no dijo un secretario adjunto del Tesoro estadounidense que, como mecanismo de presión para ciertos fines, «en muchos países, incluso la importación de alimentos sería restringida»?
Como segundo aspecto, ¿qué le sucedería al hato ganadero colombiano si ya tuviera el contagio de «la enfermedad de las vacas locas»? La pregunta cabe porque cuando se detectó ese mal en Estados Unidos, y se cerraron las fronteras de Colombia a las carnes de ese origen, en este año ya habían entrado cerca de cuatro mil toneladas de carnes gringas importadas, compras que se hicieron de manera absolutamente innecesaria, para ganarse unos miserables dólares, porque es obvio que el país está en capacidad de autoabastecerse sin necesidad de correr riesgos de este calibre.
Es obvio que la única política seria de Seguridad Alimentaria que puede definirse es una de base nacional, la cual establezca que cada país debe procurar ser autosuficiente, reduciendo las exportaciones e importaciones a las imprescindibles para cubrir los faltantes temporales o las necesidades de aquellos países que por las limitaciones de sus territorios tienen que abastecerse de otros de manera permanente.
Bogotá, 31 de diciembre de 2003
*(senador de la república de Colombia)