Javier Orozco
Retos y rotos de la paz en Colombia
Hoy hace siete años se firmó el tratado de paz entre el Estado y las FARC. El conflicto armado continúa, pero el país ya no es el mismo. El Acuerdo de Paz fue uno de los factores de impulso a las enormes movilizaciones juveniles que desembocaron -hace año y medio- en la masa de más de once millones de votos que sacaron del gobierno al uribato, imponiendo el giro histórico de Colombia hacia la izquierda.
El Acuerdo puso en marcha mecanismos de justicia y de búsqueda de la verdad que van destapando miles de crímenes de Estado y el uso sistemático del terror desde las élites para privatizar, para robarse lo público, para acumular tierras y capital mediante el despojo, en contubernio con las mafias de narcos y las empresas multinacionales.
La guerra interminable resultó un gran negocio para el puñado de oligarcas que se adueñaron del país con violencia. Estos sectores -enriquecidos y reaccionarios- que se opusieron al diálogo con las FARC, se oponen ahora a la búsqueda de la paz total y sabotean la aprobación en el Congreso de las reformas pactadas para beneficio de la población.
Se venden a sí mismos como “gentes de bien”, pero esconden sus dineros mal habidos y las manos manchadas de sangre. No están dispuestos a ceder ni un privilegio, ni a devolver lo robado. “Nos obligan a las formas más radicales para ir por la tierra” dijo el presidente Petro.
Usan medios legales y de los otros para frenar los cambios estructurales que acabarían con la inequidad, con la exclusión y con la impunidad, que son las fuentes del conflicto social y del conflicto armado.
A pesar de la voluntad del nuevo gobierno y de la buena fe del compañero Danilo Rueda, Alto Comisionado de Paz hasta ayer, está lejos de cumplirse lo pactado hace siete años.
Las FARC vienen cumpliendo sus compromisos como le consta al Consejo de Seguridad de la ONU. No así el Estado, roto y secuestrado por unas élites que -a su vez- le reclaman al ELN que deje de secuestrarlos.
Lo peor es que 407 personas que firmaron el Acuerdo de Paz y le entregaron las armas a la ONU han caído asesinadas con un pañuelo blanco en las manos. Y junto a ellas -hasta hoy- van 1.552 personas con liderazgo social víctimas de las balas de los enemigos de la paz.
La paz y la justicia social son objetivos obligados para unas multitudes llamadas a movilizarse de nuevo de manera indefinida, pues no es opción esperar a que “el mesías” Petro lo arregle todo -si es que no lo matan- y es poco probable que ocurra el milagro de que la burguesía se acueste matando y se levante siendo buena gente.
Tampoco es buen camino echarle más leña a una guerra asimétrica y eterna que incendió todo el país durante sesenta años y que cansó hasta a los partidarios más radicales de la guerra popular prolongada.
Petro no puede cambiar solo este sistema, ni alcanza a remendar tanto roto, ni rescatará a un Estado podrido y capturado por gente peligrosa, terratenientes ociosos, banqueros especuladores, burócratas indolentes, clanes de politiqueros ladrones y narcotraficantes con sus grupos paramilitares que ejercen control armado, social y territorial en vastas regiones.
Las élites juegan a desgastar al gobierno de Petro y de Francia dejando que pase el tiempo sin permitirle avanzar en los cambios prometidos, enredando, saboteando, entrampando, difamando desde sus medios de intoxicación masiva, mientras su mano armada sigue matando a la dirigencia social y a quienes levantan banderas blancas, gracias a la impunidad que le otorga su fiscalía de bolsillo.
Quieren desanimarnos, dividirnos, paralizarnos y volver a tener el gobierno, pues objetivamente el poder sigue en sus manos.
Hay mucha pedagogía de paz por hacer, mucha mugre que barrer y mucho que transformar.
Nada será superior a las multitudes herederas de más de medio siglo de luchas y resistencias que se movilizaron durante meses mostrando una capacidad organizativa y un valor que el mundo vio con simpatía.
A pesar de tanto roto y de tanto reto el Acuerdo de Paz sigue vigente. La paz de Colombia es la paz de Nuestra América.
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