Poemas de Fredy Chikangana, de la Nación Yanakuna.
Del libro «Espíritu de Pájaro en Pozos del ensueño».
Bogotá, 8 de Agosto del 2016
Señores:
SOLDEPAZ PACHAKUTI Y COLECTIVO DE COLOMBIANOS-AS REFUGIADOS-AS ASTURIAS.
A través de Javier Orozco Peñaranda, Coordinador del Programa Asturiano de Derechos Humanos, quien amablemente me ha hecho conocer sobre su trabajo, me permito hacer llegar a ustedes un saludo de hermandad universal en el ánimo de compartir palabra de nuestros pueblos originarios y en el firme deseo de que los trabajos emprendidos por ustedes tengan la iluminación de los grandes espíritus de la Pachamama – la madre tierra, con lo que los sueños de muchos hombres y mujeres por un buen vivir en el planeta se cumplan bajo la luz de un nuevo sol y un tiempo de transformación universal, lo que comúnmente conocemos desde nuestro pensamiento indígena como el retorno del nuevo tiempo.
Desde Colombia extendemos nuestra alegría de saber que en cualquier rincón del universo hay hermanos atentos a seguir construyendo sueños y abriendo caminos de esperanza para las nuevas generaciones y para la tierra como parte fundante de la vida.
Un abrazo fraterno,
Wiñay Mallki/ Fredy Chikangana Poeta Yanakuna Mitmak – Colombia.
Poemas de Wiñay/ Fredy Chikangana – Del libro “Espíritu de Pájaro en Pozos del ensueño”
Trepando montañas entre el sol y la lluvia
con pasos firmes y ojos inquietos
hiciste camino, taita Quintín;
tu cuerpo prestaste
a un espíritu hijo del trueno
y labraste la tierra para sentir sus entrañas.
De ahí nacieron tus luchas
que son nuestras luchas,
y del dolor de ser cautivo en tu propia tierra
te liberaste.
Rasgaste las vestiduras del sometimiento,
sentiste la vergüenza de ser terrazguero
y así marcaste el camino
para liberar a tu gente.
Las montañas saben de tus pasos firmes
y el viento conoce de tus largos vuelos,
el río Cauca es testigo
de la sangre vertida de tu pueblo indio.
Quizá la luna que te cogió despierto
en las altas horas de la noche
sepa reconocer los dolores profundos
que masticaste a solas.
Así continuaste la huella
y de tus aguas de indio
brotó el mar de tu pensamiento;
gato montés fuiste ante el peligro y la injuria,
ante la calumnia y la infamia
fuiste sol en la oscura noche.
Abriste un camino
y te hiciste guerrero incansable.
Tus huellas que levantaron
el polvo de los caminos
quedaron eternas en la memoria.
Me entregaron un puñado de tierra para que ahí viviera.
«Toma, lombriz de tierra», me dijeron,
«Ahí cultivarás, ahí criarás a tus hijos,
ahí masticarás tu bendito maíz».
Entonces tomé ese puñado de tierra,
lo cerqué de piedras para que el agua
no me lo desvaneciera,
lo guardé en el cuenco de mi mano, lo calenté,
lo acaricie y empecé a labrarlo…
Todos los días le cantaba a ese puñado de tierra;
entonces vino la hormiga, el grillo, el pájaro de la noche,
la serpiente de los pajonales,
y ellos quisieron servirse de ese puñado de tierra.
Quité el cerco y a cada uno le di su parte.
Me quedé nuevamente solo
con el cuenco de mi mano vacío;
cerré entonces la mano, la hice puño y decidí pelear
por aquello que otros nos arrebataron.
Navegando sobre un río silencioso
dijo un hermano:
«Si los ríos pudieran hablar,
cuánta historia contarían…».
Y alguien habló desde lo profundo de esa selva misteriosa:
«La historia es tan miserable
que los ríos prefieren callar…».
Con el pie sobre la Madre Tierra
somos uno para todos sobre el ancho cielo.
Venimos del sol
pero también somos seres de la noche
del relámpago y el trueno;
aquí estamos como si fuéramos racimos de maíz,
bajo el humo espeso de la indiferencia.
Estamos cada día curtiendo nuestros cuerpos
en el trajinar de las horas,
retoñamos en minga
nos amarramos a la tierra
y como pájaros elevamos vuelo
hacia los sueños de la gente que indaga
en esta misma fuente.