Artículo de Eduardo Gudynas sobre la nueva moda de utilizar el término Vivir Bien para llamar a cualquier cosa, olvidando el significado original.
Hay unas cuentas guerras en marcha por palabras. Algunas son raptadas, otras transformadas, a veces son aniquiladas, y hasta en ocasiones son vaciadas. En esas guerras, ¿qué le sucede al Vivir Bien? Es que es un concepto que ahora es usado de las más diversas maneras, desde organizaciones ciudadanas a despachos ministeriales. Comparto una breve reflexión sobre el asunto (publicada en Bolivia), señalando que hay palabras por las cuales vale la pena pelear para defender sus significados originales. Y el Buen Vivir es una de ellas.
No es raro que algunas palabras queden revestidas de ideas y símbolos tan poderosos que se vuelven inspiración no sólo para las discusiones entre amigos, sino que también para cambios culturales y políticos, y hasta alguna que otra revolución.
Libertad, democracia o participación son apenas palabras, pero también son mucho más que eso. Detrás de cada una de ellas están encerrados conceptos con nutridas historias sobre los debates sobre sus significados. Han inspirado a muchísima gente, llegando a actos que hoy juzgamos algunos como heroicos y otros como fallidos.
Batallas con las palabras
Hay palabras que por su importancia están sujetas a tironeos y batallas para determinar cuál es su significado. Democracia es un buen ejemplo de estas circunstancias. Ha servido para inspirar a la sociedad civil, pero siempre hay algún gobierno que quiere transformar el vocablo, lanzando una nueva versión que oculta sus autoritarismos. Esta y otras palabras claves se vuelven un campo de disputa, donde distintos ejércitos pelean por defender sus definiciones, para presentarlas como las más legítimas u objetivamente ciertas.
En estas batallas hay palabras raptadas. Son aquellas originadas en un cierto sentido, pero luego fueron capturadas para terminar apuntando en dirección contraria. Este es posiblemente el caso de “desarrollo sostenible”, que inicialmente implicaba un cambio radical en las estrategias de desarrollo ajustándolo a las capacidades de la Naturaleza y el compromiso con las generaciones futuras. El término fue raptado, y ahora aparece en toda clase de emprendimientos, desde planes mineros a los boletines de ministerios de economía.
Otras palabras han sido aniquiladas. Esto sucedió, por ejemplo, con la desmilitarización, un concepto asociado al movimiento pacifista, donde unos cuantos activistas de izquierda de los años 60 y 70 reclamaban disolver los ejércitos sudamericanos para aprovechar los dineros que consumen en cosas más útiles. Ya nadie habla de eso.
La disputa por el Vivir Bien
Hoy somos testigos de una batalla por otra palabra: Vivir Bien. Este es un concepto que en pocos años pasó de una rareza confinada a algunas comunidades, círculos de militantes o intelectuales, a ganar un reconocimiento formal en las constituciones de Bolivia y Ecuador. Su importancia es tal que el plan de desarrollo de Ecuador 2013-2017 tiene ese nombre. A nivel global, estas palabras ya están asomando en las Naciones Unidas, donde algunos dicen que la futura agenda que suplantará a los objetivos de desarrollo del milenio se debería llamar del Vivir Bien.
Con semejante éxito no puede sorprender que la idea del Vivir Bien recibiera críticas y contestaciones. Muchas de ellas deben ser entendidas como parte de la natural maduración de un concepto que se expresa en un nivel de cierta abstracción, en un plano análogo a otros como participación o igualdad. Se generaron diversas visiones del Vivir Bien, algunas de ellas más ancladas en ontologías indígenas, como el suma qamaña boliviano, y otras más heterodoxas, incorporando posturas occidentales críticas, como el Buen Vivir ecuatoriano. A mi modo de ver este tipo de debates no solo es muy sano, sino que ha enriquecido y fortalecido el campo del Vivir Bien. Lo ha convertido en una expresión que si bien es plural, agrupa posiciones que coinciden en una crítica radical al discurso, las prácticas y las institucionalidades del desarrollo contemporáneo, y en ofrecer alternativas a éste compartiendo otros tantos elementos, como los derechos de la Naturaleza.
Las ideas del Vivir Bien adquirieron una potencia extraordinaria, y eso explica su popularidad. Pero eso mismo la convirtió en un objetivo que varios desean controlar. Los primeros en entrar a esta batalla por la palabra fueron los gobiernos, que crearon sus propias definiciones “oficiales”. Pero en ese intento no tenían más remedio que rectificar y reformar los conceptos originales, ya que si los mantenían no podrían, por ejemplo, seguir apostando al extractivismo o invadir áreas naturales. Transformaron el término para que perdiera su capacidad de crítica radical al desarrollo y fuese funcional a las políticas económicas y al papel de proveedores de materias primas. Esta pelea está en marcha, y no es sencilla. Al avanzar en ese sentido, los gobiernos generan versiones del Vivir Bien que en todos los casos se desprenden de sus atributos originales de ser post-capitalistas y post-socialistas.
Una nueva embestida sobre el Vivir Bien ahora proviene del ámbito académico, aunque se expresa de manera desconcertante. Unos critican al Vivir Bien por ser un invento indígena, otros por no ser lo suficientemente indígena (sosteniendo que no lo encuentran en las comunidades actuales reales). Algunos se resisten a quienes se inspiran en las piedras de Tiwanaku para reflexionar sobre el Vivir Bien, pero aceptan con naturalidad que se lo cuestione repitiendo textos griegos a la sombra de las piedras del Partenón. Hay denuncias que supuestamente expresarían una alta intelligentsia académica, pero no explicanm por ejemplo, cuál es el status antropológico de la categoría “babosada”, que usan para desechar al Vivir Bien. En fin, se lo critica por derecha y por izquierda (como hacen H.C.F. Mansilla en Bolivia y J. Sánchez Parga desde Ecuador).
¿Qué hacer? Algunos se resignan, y abandonan la batalla por preservar los significados y sensibilidades originales del concepto. Creen que Vivir Bien ya ha sido raptado, y rápidamente será transformada en alguna versión apropiada al progresismo de base capitalista, o bien será aniquilado, y caerá en el olvido.
No comparto esas posturas. Hay palabras que son nuestras y por las que vale la pena seguir peleando. Siempre. Ese el caso de Vivir Bien. Es un concepto que nació desde la sociedad civil, y además, desde el sur. Es también un campo de reflexión fértil, intercultural como pocos, y que reacciona a los problemas actuales que desencadena el desarrollo contemporáneo. Es una manera distinta de analizar, y sirve para dejar en evidencia contradicciones y saca a la luz lo que se quiere ocultar. Se lo critica por derecha y por izquierda, y eso lo hace tan potente. Por todo esto no puede ser abandonado.