Operación Sirirí.
El año pasado , Carlos Martín Beristain no pudo llegar a la sede de la JEP el día que la delegación asturiana entregaba sus numerosos Informes de las visitas a Colombia, y los testimonios del exilio de las personas acogidas temporalmente en Asturias.
Ese día Carlos tuvo que ir a Medellín a la despedida de doña Fabiola Lalinde. Doña Sirirí.
Un comentario recoge en “La Maleta Colombiana,II”:
“Desde que nos conocimos, Fabiola Lalinde, se convirtió en mi segunda mamá, al contrario de lo que pasa en la vida que podríamos llamar normal, la adopté yo. La conocimos por la búsqueda de Luis Fernando Lalinde que tendría ahora mi edad, desaparecido por el ejército colombiano en 1986. Estuvo en la cárcel, le pusieron dos kilos de coca en el armario de su casa para acusarla de jefa de la subversión en Antioquia, cuando la búsqueda de Luis Fernando estaba llegando a la Comisión Interamericana de DD. HH.
Su lucha ha sido una transfusión sanguínea para la anemia de la desesperanza. Su archivo era un lugar vivo de montones de papeles donde ir a buscar algo de luz. A la búsqueda la llamó Operación Cirirí, después de salir de la cárcel, acordándose de que su papá la llamaba así de pequeña, por su insistencia y terquedad. Su vida se convirtió en un operativo primero de búsqueda y luego de memoria contra la impunidad y por los derechos humanos que nos fue regalando a cada rato. La Operación es la metáfora del pájaro que persigue al gavilán que se lleva sus polluelos, y tiene un canto tan molesto que el bicho termina soltándolos. En esas relaciones tan asimétricas de poder, entre quien desapareció y quien busca su hijo, hay una fuerza inquebrantable frente a la que nada pueden los tanques. La verdad del afecto convertida en política de transformación. https://hacemosmemoria.org/2017/12/05/el-documental-que-narra-la-historia-de-fabiola-lalinde-y-su-operacion-ciriri/
-Bienvenido, ¿cómo estás?
Las noticias hablaban de que Fabiola, la Mamá de la Memoria, estaba perdiendo la suya. Que no se acordaba de casi nadie. Salvo Adriana y Jorge, y Mauricio, “el que anda fuera”.
El abrazo es a veces una forma de reconocimiento. Del brazo, por la rampa, quiere enseñarme un sitio. Cuando llegamos a su habitación, empieza a mostrarme muchas cosas.
– Usted y yo hemos trabajado mucho juntos, y hemos viajado.
La presentación de sus cosas pasa por objetos sin nombre, champú, jabones y cremas. Un block de notas son nombres de visitas queridas, que ellas mismas han escrito para desafiar al olvido. Hay unas estampitas de Jesús y de Santa Gema. De San Francisquito, que era nuestro patrón común, casi no se acuerda.
Fabiola ha sido la madre de la Memoria en Colombia, ha hablado sobre ella, acompañado a muchas familias, investigado como nadie, en esa tarea entre fiscales y Sherlock Holmes que asumen las madres de los desaparecidos. En estas pocas paredes no queda casi nada que lo recuerde. Es una habitación de una mujer mayor, que vive en una residencia donde puede tener los cuidados que necesita. La visita es en un pequeño jardín. Sobre la mesa solo tiene una foto nuestra.
– Usted está aquí conmigo. Es que usted siempre me ha acompañado.
Lo había hecho antes de conocerla. Cuando por fin nos vimos en Medellín en 1996, ella venía con unas fotocopias bajo el brazo de un libro que habíamos escrito Francesc y yo, que se llamaba algo que ella siempre hizo: Afirmación y Resistencia. Las fotocopias estaban desgastadas de tanto usarlas en charlas y andares. Ese libro nunca fue más feliz.
Salimos al patio para dar una vuelta a algo más que estas paredes, y sentarnos luego a charlar. Me regala su cafecito porque ya tomó uno.
– Aquí soy diferente a todos estos.
Se toca la cabeza como si estuviera hablando del hábito de las monjas o de la mascarilla de las enfermeras.
Las horas que vengo a pasar con ella, vuelan. Le traigo otra foto juntos, un perfume, unos chocolates. Regalos para los sentidos. En esa foto estamos trabajando sobre algunos casos de desaparecidos en 1997. En la búsqueda de su hijo Luis Fernando y todos los demás, Fabiola fue pionera no solo en su persistencia inteligente, gracias a ella la antropología forense que andaba en ese tiempo también en unas fotocopias bajo su brazo, llegó a Colombia desde Venezuela, y luego de la mano de Clyde Snow, el padre de la antropología forense, que con sus manos grandes y su voz profunda ponía historia e identidad en el examen de los huesos, haciendo hablar a los muertos.
La humanización de la búsqueda se da a cada paso. Cuando se presentaba ante el juez militar para buscar a su hijo, le hacía cambiar el papelito que dejaba constancia de sus gestiones, porque no estaba buscando a un NN alias Jacinto, como lo llamaron las autoridades militares, sino a Luis Fernando Lalinde. Ese gesto incansable es el primer paso para corregir el camino que desvía la búsqueda de justicia hacia el callejón sin salida de la impunidad.
En unos pocos instantes pasan ráfagas de conversaciones y entrevistas que hemos tenido. Como si no fuera necesario volver a ellas, también los textos en que ella puso siempre su humor y lucidez. Nunca quiso tener escolta de la policía cuando las amenazas arreciaron, porque eso era atar un perro con chorizos. Cuando el cura de su barrio le dijo que dejase ya de recordar y luchar por su hijo desaparecido, le contestó que era Semana Santa y que la Iglesia de la que él era parte llevaba 2000 años recordando la muerte y tortura de Jesús.
Su humor no se le ha olvidado. Cuando las cosas nos van dejando irremediablemente, porque los cuerpos se van despidiendo, hay partes de uno mismo inconfundibles, inquebrantables, que se quedan hasta el último suspiro, como si todo estaba quedando fuera para concentrarse en el aliento íntimo de lo que nos ha hecho vivir. Reímos a ratos de algunas de las mutuas ocurrencias. Su vida se ha ido despojando de casi todo. Su archivo, que pesaba en su casa decenas de kilos, es ahora patrimonio de la humanidad, está en la Universidad.
Así Fabiola ha ido dejando su memoria en tantos lugares y sobre todo en tantas gentes a las que nos ha acompañado con su ejemplo. Nada de un ejemplo al que admirar desde lejos. Un ejemplo que te coge del brazo para caminar, como ella hizo tantas veces.
El afecto, el amor de estar juntos, tal vez pueda marcar la vida frente a cualquier olvido, aunque este le pase por encima con esa desfachatez que tienen los achaques de la edad.
Tomando la foto que le llevo, dice: – Esto lo tengo yo aquí guardado.
Y va al armario, lo abre de par en par, ahí están sus pocas ropas y algunos objetos, utensilios, zapatillas.
– ¿Ves?
Y lo cierra. Pero yo no vi nada que esperase, algunos de los papeles que tenía en la fotografía, pero no. Volvemos a ella y volvemos al armario.
Entre las perchas saca un pantalón de cuadritos negros y blancos. Es el que viste en la fotografía de hace 25 años.
– ¿Ves?
Un pantalón puede ser un tipo de documento que guarda una historia vivida. Un colibrí nos acompaña en el jardín, con sus vueltas de verde tornasol y sus alas alborotadas. Llevo entre las manos una copia de la versión en comic de El Olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince.
Cuando venía leyéndolo, el avión aterrizó en Medellín justo en la viñeta que habla de ella. El relato dice que su padre, Héctor Abad, tenía un compromiso total con esa mujer sola que buscaba a su hijo desaparecido.
Fabiola no recuerda nombres. Cuando le digo que he traído el libro y le hablo de Héctor Abad, ella completa: Gómez. Cuando le enseño la viñeta, se queda mirando el fondo de la misma, donde aparece el recorte de periódico que daba cuenta de su asesinato. Ella lee el titular y dice:
– Esto lo tengo yo también. Me ayudó mucho.
Y vuelve a leerlo varias veces y a recitar su nombre. Hay momentos en este olvido que seremos que están más cerca de lo que pensamos. Héctor hijo dice que podemos desafiarlo un instante compartiendo con la gente que queremos. Es lo más parecido a est abrazo.
Fabiola se ha ido vaciando en estos años como esos sabios Uitoto, que se van quedando huecos por dentro, porque se han ido dando tanto, y con tanta generosidad, que no se han guardado nada para ellos. Vuela así sobre el mundo. Fabiola tiene aún muchas cosas que compartir, y mantiene su persistencia cuando se niega a que le ayuden a lavarse, y es consciente de los peligros que la acecharon en cada puerta. También sigue siendo la mujer presumida que mira las fotos que nos sacamos, y quiere ver si quedó bien. Cómo le queda esa chaqueta. Ayer bailó con un hombre elegante en una pequeña fiesta, que comparte con la alegría de las cosas que nos marcan de una manera que ni siquiera podemos decir, para eso está el cuerpo.
El mundo se le ha hecho más pequeño, pero de vez en cuando suelta su chispa para quien sepa entenderla. Esas ráfagas siguen dando y queriendo abrazos. La solidaridad es lo que me salvó, me dijo una vez. Le salvó, y ella nos la devolvió con su lucidez con creces.
Hay una realidad profunda que las palabras han olvidado, pero que está ahí. Y sigue latiendo. Cuando nos despedimos pienso en John Berger que, hablando de la poesía dice que desafía las orillas del desgarro.
Durante años, cuando iba a salir en la búsqueda de su hijo Luis Fernando, se paraba frente al espejo al lado de la puerta y le hablaba:
– Usted me metió en esto, ahora acompáñeme -le decía.
Ayer Fabiola nos dejó. Ahora que estoy por salir, frente al espejo, se lo digo a ella yo. La gente que nos acompaña nunca puede irse, está en un lugar donde no puede llegar la muerte. Gracias por tu vida, Fabiola.
Deja una respuesta