Pueblos indígenas aislados: el caso pacahuara. La muerte de Bose Yacu induce al autor a un análisis desde la preocupación sobre si el gobierno actual debiera y debe actuar de otra forma respecto a los Pueblos en aislamiento y la sobrevivencia de sus Culturas.
Murió Bose Yacu, la última heroína Pacahuara, desterrada de su bosque natal
Wilson García Mérida. bolpress
Bose era la última y única indígena boliviana amazónica que todavía conservaba parte del atuendo ancestral de los pueblos en aislamiento voluntario, luciendo en su rostro un septo nasal con una fina caña de tacuara atravesada por una pluma roja de tucán; y arreglaba su pelo a la antigua usanza pacahuara con un cerquillo en la frente. Se distinguía por su infaltable collar de perlas rosadas de plástico que, decía, había heredado de su madre. Junto con su esposo-primo-hermano Buca Yacu (los Pacahuara eran una etnia endogámica), Bose conservaba su lengua materna de raíz Pano y solía narrar cantando en ese idioma la historia de su pueblo, incluyendo el episodio del asesinato de su padre y de las matanzas que presenció en los años sesenta y setenta en su territorio despojado de Pando…
Wilson García Mérida
Es periodista. Reside en Cochabamba.
El contenido de estas páginas no refleja necesariamente la opinión de Bolpress
Con la muerte de Bose Yacu en el injusto destierro, el idioma Pacahuara ha desaparecido de la faz de la tierra, junto con las historias que contaba y cantaba esta heroína indígena que sobrellevó con dignidad y estoicismo el inminente exterminio de su pueblo, hecho del cual Sol de Pando advirtió a las autoridades y la opinión pública del país, en su edición impresa Nro. 18 publicada durante la segunda quincena de marzo del 2011, cuando este medio confirmó que los esposos Yacu decidieron no procrear descendencia en una especie de “suicidio étnico” con que los Pacahuara reaccionaron ante el despojo de su territorio originario en Pando (aunque también no se descarta que fueron esterilizados por los misioneros norteamericanos).
Dicha publicación le costó a Sol de Pando tener que enfrentar una sañuda campaña de proscripción desatada abusivamente por el ministro Juan Ramón Quintana en contra de este medio autogestionario.
A mediados de la década de los setenta, durante la dictadura militar de Banzer, la familia de Bose Yacu fue “relocalizada” de la provincia Federico Román de Pando hacia una reservación Chacoba situada en la provincia Vaca Diez del Beni, en medio de un genocidio perpetrado contra este pueblo pandino por parte de avasalladores bolivianos, brasileños y norteamericanos que terminaron apropiándose del territorio Pacahuara para la extracción intensiva de madera, oro y castaña, entre otras riquezas pródigas en ese paraíso de la biodiversidad pandina, en el extremo noreste de la provincia Federico Román.
Actualmente en ese territorio “desindigenizado” existe una concesión maderera “saneada” por el Gobierno “plurinacional” que preside Evo Morales.
La memoria larga del exterminio
Los antropólogos Diego Villar, Lorena Córdova e Isabelle Combés, señalan en su libro “La reducción imposible: las expediciones del padre Negrete a los Pacaguaras” que en junio de 1969 el director del Instituto Lingüístico de Verano (ILV), había informado que “la tribu de los pacahuaras que vive en la zona del río Abuná (departamento de Pando) es perseguida por cazadores tanto brasileños como bolivianos”; y por tanto aquellos evangelizadores norteamericanos (que luego se demostró realizaban tareas “civilizatorias” como la esterilización de mujeres indígenas dentro un programa de control natal diseñado por la CIA desde las épocas de la dictadura barrientista), decidieron “relocalizar” a los Pacahuara hacia Puerto Tujuré, en la provincia Vaca Diez del Beni, en una reservación Chacoba establecida por los mismos evangelistas, vaciando de toda presencia indígena el rico territorio pacahuara en la provincia Federico Román de Pando, a fin de facilitar el asentamiento de capitales invertidos para la explotación intensiva de madera y otras riquezas naturales que abundan entre afluentes del río Orthon como son el río Negro y el río Pacahuara.
La persecución y asesinatos cometidos contra los líderes pacahuaras por sicarios brasileños y paramilitares bolivianos, ante la complacencia de las autoridades gubernamentales de esa época, fue el pretexto aprovechado por los evangelistas norteamericanos para “reducir” a los Pacahuara, después de varios siglos en los que esa nación había resistido y evadido exitosamente los fallidos intentos cristianizadores de misioneros jesuitas y franciscanos.
Entre los siglos XVII, XVIII y XIX curas españoles como los frailes Francisco Xavier Negrete, fray Martín Pueyo y el padre Nicolás Armentia, libraron batallas de astucia y perseverancia con los irreductibles Pacahuara que se negaban a renegar contra sus propios dioses animistas, a cubrir su natural desnudez como pueblo nómada en aislamiento voluntario, a hablar un idioma diferente al suyo y a adoptar nombres y apellidos castellanizados en detrimento de su identidad colectiva e individual.
Los jesuitas y franciscanos en la época de la Colonia y en el primer siglo republicano, crearon las llamadas “reducciones” donde los indígenas de distintas etnias de la Amazonia, tentados por abalorios y chucherías con que alucinaban a los inocentes “infieles”, eran obligados a vestir ropas “decentes” y bautizados a la fuerza. Son célebres las misiones de Cavinas, Exaltación, Ixiamas y Reyes, entre otras, donde los curas intentaron “uniformizar” religiosa, lingüística y culturalmente a etnias como los Tacana, Moxos, Baures, Movimas, Etirumas, Tapacuras, Itonamas, Huarayos, Canichanas, Bolepas, Hericecobonos, Rotoroños, Pechuyos, Coticiaras, Meques, Mures, Sapis, Cayubabas, Canacures, Ocoronos, Chumannos, Mayacamas, Tibois, Nayras, Norris, Pacahuaras, Pacanabos, Sinabos, Cuyzaras y Cabinas, que son algunos de los grupos étnicos citados por el cosmógrafo Cosme Bueno en 1773. Muchas de estas etnias, pertenecientes a las matrices lingüísticas Pano y Tupiguaraní, ya no existen en nuestros días.
Los Pacahuara fueron los más indóciles e irreductibles entre todas las etnias originarias de la selva boliviana, en virtud a su fortaleza numérica y cultural que dominaba en todo el norte amazónico del país. Ya en 1764 se tienen referencias de la violencia etnocida que provocaba la existencia libertaria y nómada de los Pacahuara dueños del vasto bosque, cuando el jesuita Eusebio Mejía, prefecto de la reducción de Ixiamas, “llega a cortar las orejas y a matar a unos indios indóciles (pacahuaras) que no quieren obedecerle”.
En octubre 1796, el padre Negrete había logrado introducir a 43 pacahuaras en la reducción de Exaltación donde coexistían bajo el signo de la cruz cristiana indígenas de otras etnias como los Cavineños, Itonamas, Esse Ejjas y Tacanas. Negrete bautizó a los pacahuaras “reducidos” cambiándoles sus nombres; a un indígena originalmente llamado Yona lo nombró Timoteo, a otro de nombre Coya lo llamó José, y un tal Buca comenzó a llamarse Rafael. Entre las mujeres pacahuaras bautizadas, Yuca se llamó Isabel, Naba se hizo Manuela y a Bari la llamó Josefa. Los apellidos les serían dados por sus futuros patrones en las haciendas feudales: Suárez, Soria, Gómez, etcétera.
El modo de vida cristiano de aquellos pacahuaras “reducidos” sería muy efímero. No eran indios para vivir entre cuatro paredes. Cedían a las tentaciones de los curas sólo para obtener utensilios y herramientas que atraían su interés práctico y luego huían furtivamente de las reducciones cristianas multiétnicas para desvestirse nuevamente y vagar libres y a sus anchas en el infinito bosque mezclándose con la demás fauna sin más pretensión que ser tan intangibles como la naturaleza pura.
El advenimiento de la República y sus secuelas bélicas especialmente tras las guerras del Acre y del Chaco, sustituyó la presencia “civilizatoria” de la cruz católica en la Amazonia indígena con las armas de un ejército creado para imponer los intereses del capital depredador. En la era del caucho, potentados como Nicolás Suárez expandieron su emporio extractivo en las áreas más pródigas del bosque amazónico, cuyo centro era nada menos que el territorio indígena Pacahuara en el extremo norte de Pando. En la provincia Federico Román, el cantón Manoa por donde atraviesan los ríos Negro y Pacahuara, colinda con Cachuela Esperanza, ya en el municipio beniano de Guayaramerín, donde el imperio cauchero de Nicolás Suárez tenía su principal base de operaciones, chocando violentamente con los indígenas Pacahuara a quienes Suárez pretendía, además de cristianizarlos, incorporarlos como pongos (siervos) de sus haciendas gomeras.
En 1906, finalizada la guerra del Acre que favoreció a Suárez gracias al heroísmo de flecheros indígenas tacanas que expulsaron a los brasileños de sus barracas gomeras de Porvenir, el explorador Percy Fawcett registró testimonios acerca de que los ríos Abuná y Acre, en el actual territorio de Pando, se hallaban “infestados de pacahuaras” y que en Cachuela Esperanza, base de los hermanos Suárez, se veían canoas con pacahuaras “enteramente vestidos con sus pinturas de guerra”. En los años 20, el hermano de Nicolás Suárez, Gregorio, fue atrapado por unos guerreros pacahuaras que lo mataron en un acto de guerra territorial. En represalia, para vengar la muerte de su hermano, Nicolás Suárez organizó tropas del Ejército que le debía su existencia en esta región tras la guerra del Acre, y con apoyo de sicarios brasileños y paramilitares nativos, ese Ejército feudal desató una despiadada persecución contra los indígenas panos, en una frontal guerra de exterminio que duró todo el siglo XX y se prolongó hasta nuestros días incluso.
Una derrota indígena en el “Estado Plurinacional”
Bose y Buca Yacu son descendientes directos de aquellos guerreros indomables que resistieron cinco siglos de un coloniaje que se salió con la suya al fin, a pesar del rimbombante discurso descolonizador del actual régimen populista boliviano.
A estos últimos indígenas Pacahuara les tocó enfrentar la batalla final de la guerra de exterminio desatada contra ellos por la “civilización” moderna, traicionados y burlados por un “Estado Plurinacional” que los exhibe como una de las 36 naciones y lenguas originarias reconocidas por la actual Constitución Política, sin impedir en absoluto su anunciada extinción.
Aunque no está debidamente certificado y esclarecido el momento preciso en que los últimos pacahuaras fueron desterrados de Pando con “ayuda” de las ONG’s vinculadas al ILV y la CIA —evidencias fotográficas indican que fue en 1973–, se sabe que los misioneros evangélicos norteamericanos Guy East y Gilbert Prost fueron quienes inicialmente “redujeron” a los indígenas Chácobo (parientes lingüísticos de los Pacahuara) en una aldea de Puerto Tujuré que se irá poblando, entre 1955 y 1980, con varias parcialidades indígenas dispersas.
“Pronto se suma un poco más al norte un pequeño grupo de pacahuaras —un hombre casado con sus dos hermanas y sus respectivos hijos— al borde de la extinción, debido a las epidemias y los conflictos con los caucheros, que son contactados en la margen izquierda del río Negro”, informan Villar, Córdoba y Combès.
Aquellos pacahuaras “contactados” por East y Prost eran, evidentemente el padre de Buca Yacu y sus dos esposas, una de ellas madre de Bose. Una de las hermanas casada con Papa Yacu es la madre de Buca y la otra hermana de esa relación polígama es la madre de Bosé que al enviudar se casó con el cuñado. El padre de Bose, hermano de Papa Yacu, murió asesinado en los bosques de Pando.
El resto de los pacahuaras sobrevivientes de la masacre se irán sumando a las aldeas chacobas en los años siguientes, hasta mediados de los setenta; algunas parcialidades huirán al Brasil y otras permanecerán nómadas hasta desaparecer, dejando su territorio en la provincia pandina a merced de los inversionistas privados favorecidos por tan frontal exterminio.
Este proceso, indudablemente, se ejecuta de manera definitiva durante la dictadura del general Banzer, cuando comienzan a aparecer las primeras barracas castañeras y concesiones forestales libres de la incómoda presencia indígena en el ancestral territorio Pacahuara.
Los norteamericanos, y posteriormente misioneros suecos, llegaron a crear tres reducciones agrarias cerca a Riberalta donde juntaron a Chacobos y Pacahuaras: Puerto Tujuré, el principal refugio destinado a las familias pacahuaras, además de Alto Ivón y Cachuelita.
En la comuna de Puerto Tujuré constituida por cuatro rústicas cabañas, viven Bose y Buca Yacu junto con la hermana de ambos, Shaco Pistia, conocida con el nombre cristiano de Guadalupe, quien tiene un hijo llamado Raúl Chávez que se casó con una muchacha chacoba llamada Muha, iniciando una zaga de mestizaje inminente.
A cinco kilómetros de distancia, informa el periodista Remberto Terrazas Pareja, en la comunidad chacoba de Alto Ivon, junto a sus hijos viven las otras hermanas de Bosé y Buca: Baji y Busi Pistia; mientras que a 32 kilómetros de Puerto Tujuré, en Cachuelita, se estableció Maro junto a sus tres hijos y dos nietos.
“Los pacahuaras suman 22 personas“ —explicita Terrazas Pareja—: “seis son los pacahuaras originarios, Busi y Buca no tuvieron descendencia, Busi Pistia, Shaco Pistia (Guadalupe), Baji y Maro con parejas del pueblo Chácobo tuvieron 10 hijos los que le dieron seis nietos”.
En octubre del 2009, Bose y Buca Yacu se adscribieron a una demanda judicial de acción popular interpuesta en un juzgado de Cobija por la Central Indígena de Pueblos Originarios de la Amazonía de Pando (Cipoap), demandando al Instituto Nacional de Reforma Agraria (Inra) y a la Autoridad de Fiscalización de Bosques y Tierras (ABT) se restituya el territorio originario Pacahuara en este departamento, actualmente saneado como una concesión maderera detentada por la empresa Mabet. El juicio no prosperó debido a intereses de unos supuestos loteadores no indígenas que pretendían beneficiase de los recortes impuestos por el Gobierno a la concesión maderera para introducir en ella asentamientos campesinos agrarios, pese a que las concesiones forestales son tierras fiscales no disponibles para la agricultura. Tales intereses agrarios se cruzaron con la aspiración territorial manifiesta de los sobrevivientes Pacahuara para retornar a su bosque originario en Pando.
En el confuso proceso judicial de octubre del 2009 no estuvo claro si la reivindicación territorial debía suponer el retorno de los Pacahuara desterrados en Puerto Tujuré, Alto Ivón y Cachuelita; o permitir el asentamiento de una supuesta parcialidad nómada dispersa en Pando que, al parecer, en realidad no existe.
Con visibles características de una extorsión muy al estilo oficial, la empresa Mabet fue obligada a ceder como un forzoso “recorte” aproximadamente 69.500 hectáreas, de las 293.975 inicialmente concesionadas, reduciéndose la concesión a una superficie de 224.504 hectáreas. Las áreas recortadas beneficiaron con títulos agrarios a ocho comunidades de campesinos colonos vinculados políticamente con el Gobierno. Varias de esas comunidades están constituidas por campesinos evangelistas provenientes del occidente del país y que conforman una leal masa electoral manejada personalmente por el Ministro de la Presidencia.
Los sobrevivientes Pacahuara de Alto Ivón —encabezados por Bose y Buca Yacu— intentaron acceder a un recorte en Mabet a fin de retornar, después de casi 40 años, a su territorio originario en Pando. Curiosamente el Gobierno, a pesar de la voluntad positiva de Mabet, no consideró la posibilidad de salvar del mestizaje y la extinción etno-cultural a los Pacahuara desterrados en la reservación Chacoba del Beni, al considerarlos excesivamente minoritarios y con nula importancia electoral, con lo cual se consumó el inminente exterminio desatado por la dictadura de Banzer.
Lo más alarmante del caso es que la política gubernamental dirigida por el ministro Quintana con respecto a los derechos territoriales indígenas en la amazonia boliviana, en ningún momento aplicó el precepto constitucional de priorizar esos derechos ante todo, tal cual establece el artículo 31 de la Constitución Política del Estado Plurinacional:
1. Las naciones y pueblos indígena originarios en peligro de extinción, en situación de aislamiento voluntario y no contactados, serán protegidos y respetados en sus formas de vida individual y colectiva.
2. Las naciones y pueblos indígenas en aislamiento y no contactados gozan del derecho a mantenerse en esa condición, a la delimitación y consolidación legal del territorio que ocupan y habitan.
La aplicación simple y llana de este precepto constitucional habría implicado el desarrollo de una política de protección a uno de los pueblos indígenas más vulnerables de Bolivia y en peligro inminente de extinción, con el establecimiento de un Santuario Pacahuara dentro un razonable recorte en la misma concesión Mabet, tal como sugirió la dirección de Sol de Pando al ministro Quintana en el 2009, lo que habría posibilitado revertir eficazmente y muy a tiempo el etnocidio desatado por Banzer. En Brasil y Perú, si bien no existe una Constitución indigenista tan avanzada como la de Bolivia, los pueblos amazónicos en aislamiento voluntario y los que se hallan en vías de extinción son protegidos por el Estado mediante parques nacionales y santuarios de biodiversidad que garantizan el repoblamiento de pueblos disminuidos en su lucha por sobrevivir.
La etnia de pescadores Enawene Nawe originaria del Mato Grosso brasileño tenía una población de tan sólo 97 individuos en 1974, a consecuencia del avasallamiento
empresarial, pero la delimitación de un área de intangibilidad para su protección permitió que ese pueblo amazónico incremente su población a 500 habitantes que continúan reproduciendo su cultura y su estilo de vida sin perder ninguna esperanza de continuar siendo una nación con territorio propio, autónoma e intangible respecto al Estado “civilizado”.
Actualmente los miembros de la etnia Pacahura como tal, no pasan de 20 personas, casi en su mayoría aculturados o mestizados con los chacobos. Tras la muerte de Bose, el idioma originario Pacahuara sólo es practicado por Buca. Los resultados del Censo 2012 darán la última palabra sobre la realidad numérica de esta población en vías de inminente extinción.
De Banzer a Quintana
El gobierno de Evo Morales tenía todas las condiciones favorables para salvar de su inminente extinción a la nación Pacahuara.
El artículo 31 de la Constitución, adscrito a la Declaración Universal de los Derechos Indígenas de la ONU, le permitía repoblar el ancestral territorio indígena en Pando y experimentar en ese laboratorio de la biodiversidad amazónica un modelo revolucionario de reconstitución cultural Pacahuara que abarcaría no solamente el rescate de un idioma casi extinto, sino ante todo su propia reproducción vegetativa en términos de fortalecer la identidad étnica encarnada heroicamente por Bose y Buca Yacu.
Esta iniciativa, rechazada por Quintana con displicencia castrense, se hubiera facilitado además con la predisposición manifiesta de la empresa Mabet de ceder partes de su concesión para albergar a los últimos pacahuaras en un santuario étnico a orillas de los ríos Negro y Pacahuara de Pando. Para Quintana era más importante y rentable políticamente disponer los recortes arrancados a Mabet
en beneficio de agricultores de interior del país dentro una pragmática estrategia de proselitismo electoral.
En el colmo de este continuismo banzerista en la estrategia etnocida, Quintana usó dineros de la cooperación externa destinada a la defensa y protección de los pueblos indígenas vulnerables, para fines estrictamente proselitistas, partidarios y personales.
Durante la gestión de Quintana en el Ministerio de la Presidencia entre los años 2006 y 2010, funcionó en dicho Ministerio, financiado con recursos donados por el gobierno de Dinamarca, una unidad denominada “Componente de Transversalización Indígena” creada para promocionar los derechos constitucionales de los pueblos indígenas dentro el Estado Plurinacional, en reemplazo del Ministerio de Asuntos Indígenas y Pueblos Originarios creado por el anterior régimen de Sánchez de Lozada.
El tema indígena no debía circunscribirse a un solo Ministerio de modo aislado, sino ser transversal en el conjunto de la estructura estatal bajo un concepto interministerial. Para facilitar el trabajo con los otros ministerios involucrados en el componente (Educación, Defensa, Salud, Justicia y Trabajo), el Ministerio de la Presidencia estableció un equipo de consultores y se suscribieron los respectivos convenios, también para los temas de difusión y pueblos vulnerables.
La cooperación danesa (Danida) desembolsó en el 2006 un total de 2’655.071 dólares que permitieron organizar una red institucional y de consultorías orientadas a transversalizar los derechos indígenas como prioridad estatal, en ajuste a la Constitución Política y la Declaración Universal de los Derechos Indígenas de la ONU y la Convención 169 de la OIT.
Pero aquellos fondos fueron malversados por Quintana con fines exclusivamente electorales y de mera propaganda gubernamental, mediante “foros”, “seminarios” y lujosas publicaciones pletóricas de imágenes originarias, entre otros suntuosos gastos a nombre de la “transversalización indígena”, que en ningún momento y de ninguna manera fortalecieron los derechos sociales y territoriales de los pueblos vulnerables y en vías de extinción.
Si se hubieran cumplido los términos bajo los cuales Dinamarca donó aquellos millonarios recursos para el Componente de Transversalización Indígena, los Pacahuara no tendrían que haberse extinguido de ninguna manera. Una nación sin territorio propio, sin autonomía territorial, independientemente de su cantidad de habitantes, está condenada a dejar de ser nación.
Las responsabilidades de Quintana en este tema son tan insoslayables como en otros casos; pero también su impunidad está garantizada gracias a la proverbial indolencia cómplice del presidente Evo Morales. La historia los juzgará.
El informe de la cooperación danesa (Danida) sobre los resultados de gestión en el Componente de Transversalización Indígena es pesimista.
El documento presentado con un prefacio de Morten Elkjær, Embajador de Dinamarca en Bolivia, sostiene al respecto que “la puesta en funcionamiento del componente de transversalización tuvo dificultades desde su inicio…
El contexto de conflicto social y político que vivió el país en los últimos años, determinó la realización de sucesivos procesos electorales (referendos por autonomías departamentales, revocatorios de mandato, aprobatorio de la nueva Constitución y elecciones generales, entre otros) que, sin duda, afectaron el normal funcionamiento de las instancias estatales en general e imposibilitaron realizar el trabajo previsto con los departamentos y municipios, especialmente en tierras bajas”.
En otras palabras, la Transversalización Indígena manejada por Quintana fue atravesada por gastos electorales y campañas proselitistas durante todo el tiempo que duró ese programa tan estratégico para el proceso de cambio.
Danida decidió suspender su colaboración financiera y la oficina creada para promocionar, proteger y defender los derechos indígenas fue definitivamente cerrada en el 2010.
En la etapa “Ademaf” (un aparato de inteligencia encubierta en tareas productivas) tras su repliegue del Ministerio de la Presidencia, el ex militar promovió la creación de dos empresas estatales en Riberalta, EBA (procesadora de almendra) y EBO (comercializadora de oro). Mediante dichas empresas se tendió un cerco prebendal sobre los pacahuaras de Puerto Tujuré, usando la imagen de estos indígenas en agonía como parte de las nuevas estrategias proselitistas del “hombre fuerte” de la amazonia.
A Bose Yacu se la mostró recibiendo feliz lamparitas solares donadas por la cooperación alemana (GTZ), radio-transistores y otros regalitos y abalorios que mellaron su inocencia indígena.
Quintana reproducía así las tácticas etnicidas de los curas coloniales del siglo XVIII y de los evangelizadores norteamericanos del siglo XX que buscaban a toda costa reducir a su mínima expresión la autonomía indígena.
El entonces director de Ademaf llevó a Evo Morales hasta Puerto Tujuré y le sacó fotos junto a Bose Yacu.
Ya de retorno en el Ministerio de la Presidencia, en pleno fragor del conflicto del Tipnis, en marzo del 2012 Quintana llevó a Buca Yacu al Palacio Quemado junto con una delegación indígena cooptada por el ex militar, y Buca quedó impactado con semejante experiencia de sentarse en el mismo trono del gran hermano Evo.
De ese modo Bose y Buca Yacu, diría Quintana, tenían algo más que un añorado territorio para su esmirrada nación selvática: el majestuoso Estado bajó hacia ellos llevándoles su “poder y placer”, más que eso no se podía pedir. Y Evo ganó los 20 votos pacahuaras para las próximas elecciones; al menos los de Buca y Bose, agradecidos por tanta gentileza estatal.
La habilidad castrense de Quintana le ha permitido usar aquellas viejas tácticas de reducción y sometimiento, que son las mismas que se usaron durante la dictadura de Banzer para doblegar a los pueblos indígenas. No en vano Quintana trabajó estrechamente para Banzer poco tiempo después de dejar el uniforme militar.
Durante el último gobierno de Hugo Banzer Suárez, Juan Ramón Quintana realizó una consultoría para el Ministerio de Defensa produciendo un estudio que, a iniciativa del entonces ministro Fernando Kieffer, dio paso a la creación de una “Unidad de Análisis Estratégico”. Dicha Unidad terminó siendo dirigida por el propio Quintana con una oficina que Kieffer le asignó en el mismo edificio del Ministerio de Defensa.
Desde ese momento Quintana comenzó a ejercer como asesor de Banzer en materia de Seguridad e Inteligencia, celebrando reuniones periódicas con el entonces Presidente de la República y el ministro Kieffer. Queda constancia de esa vinculación contractual de Quintana con el gobierno de Banzer en el archivo ministerial de contrataciones, así como en el Sicoes, el Sigma y en planillas de pago respectivas. Aquella “Unidad de Análisis Estratégico” que Quintana diseñó para Banzer, contenía exactamente los mismos elementos teóricos y doctrinales que el ex militar aplicaría luego en su diseño coercitivo de “
Ademaf”.
Nos preguntamos si Juan Ramón Quintana y Evo Morales estuvieron en el velorio y el entierro de Bose Yacu. O si al menos le mandaron una corona de flores.