Estas vigías se ubican en la base de la obra monumental, con sus vestimentas ancestrales y algunas con sus rostros pintados por ellas mismas, junto a dos elementos fundamentales para su sustento y tradición: la yuca y el maíz.
Sobre ellas, se alza vegetación selvática y una niña desde cuyas manos emana agua, también una luna llena cenital, un pájaro de nombre Iluku relacionado con mitos mágicos en la cuenca amazónica, un volcán nevado andino y un campo rural incrustado en una hoja desde la que cae una gota a otra que alberga una ciudad.
«Lo que simboliza es la lucha de las mujeres en resistencia en defensa de la vida de la madre Tierra, de la semilla, de la ‘Aipa Mama’ (voz quichua para tierra)», explicó a Efe Carmen Lozano, una de las retratadas, natural de la provincia de Loja (sur de Ecuador) y representante de los pueblos kichwas saraguros.
Esta dirigente indígena figura abrazada en el enorme grafiti a una planta de la que emana una gran mazorca, que explica, «es fuente de vida, de lucha y reivindicación de los pueblos».
«Es un elemento muy sagrado porque es símbolo de resistencia y de alimentación de nuestros abuelos, como herencia que nos han dejado», afirma sobre el maíz, que representa también la fertilidad y la procreación con sus múltiples granos.
Lozano defiende su cultivo tradicional frente a la amenaza de los granos transgénicos, y enarbola la lucha por el agua, el aire y la tierra, frente a las empresas trasnacionales mineras, petroleras o hidroeléctricas.
Sus compañeras amazónicas, por ejemplo, luchan por una selva libre de explotación industrial para que siga siendo considerada el pulmón del mundo.
La obra de arte urbano se emplaza en una de las paredes del edificio de oficinas El Girón, ubicado en las proximidades del centro histórico de la capital, aledaño a varias universidades y una calle generalmente transitada por estudiantes y vehículos.
Se trata de «un recordatorio permanente de que somos defensoras de la Pachamama (madre tierra) y de unidad con todos los sectores», afirma por su parte Blanca Chancoso, otra dirigente que figura en el mural, oriunda de Otavalo, provincia andina de Imbabura.
Con un collar dorado conocido con Walca y una tradicional blusa bordada, esta «guardiana» sostiene que el compromiso con la defensa de la naturaleza debe ser «conjunto de la sociedad» y aunque no se considera una feminista, reconoce que la obra pretende «dar voz a las mujeres invisibilizadas».
Su compañera Josefina Lema, también líder en Otavalo, arguye que «las mujeres somos responsables de nuestros alimentos, medicinas, sabiduría y sitios sagrados» y su papel «es seguir resistiendo».
Y fue ese sentimiento de lograr una voz y visibilidad el que las llevó a participar en la obra.
La iniciativa surgió precisamente al quedar excluidas varias de estas protectoras de la tierra, el agua, las semillas y su cultura, de un encuentro sobre desarrollo sostenible urbano en Quito.
«Pensamos que hacer un mural podría ser una buena opción y hacerlas formar parte de la conversación», explicó a Efe desde Nueva Jersey (EEUU) uno de los artistas que retrató sus rostros, el ecuatoriano Raúl Ayala.
«Yo entré como parte del proyecto como aliado mestizo y fuimos bien sensibles con las representaciones», contó Ayala quien plasmó, por ejemplo, el mito de Nunkui, la niña convertida en metáfora del conocimientos del mundo femenino como la agricultura y la cerámica.
El pintor conoció en 2014 a Mona Caron, alma mater de la pintura, al calor de las acciones impulsadas por el movimiento global por la justicia climática en Nueva York, que los hizo coincidir en las marchas por las calles de París durante la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP21).
En su concepto de lucha planetaria, ambos artistas junto a varias organizaciones ecológicas locales lograron reunir fondos para iniciar el proyecto en 2016 con los retratos de las mujeres indígenas, y que concluyó el año pasado con el resto del mural.
Para ello, Caron realizó varias visitas de campo a la Amazonía y la región andina ecuatorianas para empaparse de la cosmovisión de las dirigentes y sus principales reivindicaciones.
Desde San Francisco, la autora explicó que la obra celebra «ese bien común vital que debe preservarse como la biodiversidad, el agua, la tierra, la cultura y el conocimiento ancestral».
«Mi objetivo fue que el mural inspirara a la gente a valorar estas cosas, despertara curiosidad acerca de estas mujeres y sirviera de plataforma para su activismo», concluyó.
foto: EFE