Les enviamos la traducción de este artículo de The New York Times sobre las actividades monopolísticas de Monsanto para imponer a los cultivadores extracostos en las semillas genéticamente modificadas y prohibirles la reutilización de las semillas que quedan de la cosecha, con el fin de acrecentar sus ganancias. Este caso, como muchos otros, revela la falacia del «libre mercado», que es una exigencia para los países del mundo, pero no para Estados Unidos ni para las multinacionales:
Develados cuestionamientos sobre los precios de las semillas establecidos en la década de los noventa
David Barboza; The New York Times, enero 6 de 2004
Saint Louis. Altos ejecutivos de las dos más grandes compañías de semillas del mundo se reunieron una y otra vez durante la última mitad de la década de los noventa y convinieron subirle los precios a las semillas genéticamente modificadas, de acuerdo con entrevistas realizadas con antiguos ejecutivos de ambas empresas, y según consta en documentos, varios de ellos judiciales.
Monsanto y Pioneer Hi-Bred International Inc. reconocieron que sus ejecutivos se reunieron para discutir sobre las semillas genéticamente modificadas. Monsanto también expresó que las compañías discutieron sobre los precios, pero añadió que lo que llevaron a cabo fueron negociaciones legítimas acerca de modificaciones a un contrato de licencia vigente, y no para determinar precios ilegalmente.
Sin embargo, entrevistas con antiguos y actuales ejecutivos de las principales compañías productoras de semillas, así como documentos internos de esa empresa, revelan que durante la mayor parte de la década de los noventa, Monsanto intentó controlar el mercado de las semillas de maíz y soya genéticamente modificadas. Monsanto invirtió miles de millones de dólares durante la década de los ochenta en la innovación de semillas especializadas y vendió los derechos de producción a otras grandes compañías de semillas, como es el caso de Pioneer.
Más de una docena de expertos legales que fueron contactados por The New York Times, opinan que si el objetivo de las conversaciones entre las compañías rivales era ponerle límites a la competencia de precios, habrían violado las leyes antimonopolio.
Las conversaciones, que tuvieron lugar entre 1995 y 1999, incluyeron las licencias que permitieron a Pioneer vender las semillas modificadas que había desarrollado Monsanto, cuya sede es esta ciudad. En esas conversaciones, según las entrevistas a docenas de ejecutivos, expedientes judiciales y otros documentos, estas compañías discutieron sobre precios, intercambiaron proyecciones sobre ganancias e, incluso, hablaron de cooperar entre ellas para mantener elevados los precios de las semillas genéticamente modificadas.
En las conversaciones se involucraron directivos de ambas compañías, incluyendo a Robert B. Shapiro, director de Monsanto, y Charles S. Johnson, director de Pioneer en ese entonces, así como a Richard McConnell, actual presidente de Pioneer, y Robert T. Fraley, quien dirige la tecnología de Monsanto, de acuerdo con funcionarios y documentos de la compañía. Entre Pioneer y Monsanto controlan alrededor del 60% del mercado nacional de semillas de soya y maíz, calculado en 5.000 millones de dólares.
A finales de los años noventa, Monsanto presionó también a por lo menos otras dos grandes compañías productoras de semillas para que coordinaran sus estrategias de precios al consumidor con las de ella, declararon anteriores directores de estas compañías. Estos ejecutivos, que dirigieron a Novartis Seeds y Mycogen, expresaron que rechazaron los requerimientos de Monsanto por ir contra la competencia y ser potencialmente ilegales.
Los analistas calculan en 10.000 millones de dólares el valor de las semillas genéticamente modificadas que han sido vendidas en el mercado norteamericano desde que empezaron a ser comercializadas en 1996. Que Monsanto y Pionner no hayan podido en realidad subir los precios al detal de las semillas no quiere decir que no hayan violado la ley Sherman contra los monopolios, opinan expertos legales y económicos, ya que sólo ponerse de acuerdo para coordinar precios va contra la ley.
Las compañías a las que se les demuestre haber violado la ley federal antimonopolio podrían ser sometidas a sanciones penales y a pleitos de demandas colectivas. En los juicios civiles, los tribunales pueden decretar el pago triple de los perjuicios pecuniarios.
«Si ellos le hablan a Pioneer acerca de incrementar el precio final a los agricultores, eso es ilegal», dijo Austan Goolsbee, profesor de economía en la Universidad de Chicago y anterior asesor del Departamento de Justicia en temas de la ley contra los trust. «Monsanto no debería preocuparse por los precios al consumidor. Debería hacerlo únicamente por el pago de los derechos de patente que recibe de Pioneer»
Las regalías son el quid de la cuestión. Antes de darse cuenta de qué tan exitosas serían las semillas modificadas, Monsanto vendió esta tecnología a algunas compañías, incluyendo Pioneer, por sumas relativamente pequeñas. Cuando las semillas resultaron ser todo un éxito, Monsanto trató de renegociar muchos de esos convenios para asegurarse de que las semillas fueran vendidas a precios más elevados, como lo demuestran los ejecutivos entrevistados y las actas.
Monsanto dijo que sacó a relucir esos acuerdos iniciales solamente en el contexto de negociar un nuevo contrato de licencia con Pioneer para las nuevas semillas que estaba desarrollando.
«Monsanto sí ofreció ampliar y revisar las licencias existentes con Pioneer», dijo a través de un correo electrónico Lori J. Fisher, una vocera de Monsanto. «En el contexto de una posible nueva licencia para tecnología, es absolutamente lícito discutir los precios y los medios de compensación de la parte que la obtiene».
Pioneer, una sección de DuPont, también negó que las discusiones hubieran sido utilizadas para determinar precios. «Nosotros establecemos nuestros propios precios», dijo en su declaración. «Lo hacemos con independencia y sin consultar a nuestros competidores». Añadió que cree que todo lo tratado en las conversaciones con Monsanto acerca del licenciamiento tecnológico fueron «legítimas y procedentes negociaciones comerciales» tendientes a beneficiar a sus clientes. «Pioneer en ningún momento se comprometió en ninguna actividad ilegal o impropia en relación con los precios de nuestros productos», dijo.
Algunos prestigiosos expertos antimonopolio dicen, sin embargo, que esas conversaciones se asemejan a un esfuerzo para eliminar la competencia en los precios al consumidor para las semillas, aunque hacen la advertencia de que no han visto los documentos del caso.
Antes de que Monsanto hiciera los acuerdos de licenciamiento con Pioneer en 1992 y 1993, tenía derechos monopólicos sobre su tecnología y podía establecer el precio que quisiera. Pero una vez Pioneer compró la licencia, se convirtió en el competidor de Monsanto y, dicen los expertos legales, no era de esperar que las compañías hablaran sobre cuánto cobrar.
«Una vez que usted ha creado la competencia», dice George Hay, profesor de leyes en Cornell University, «usted no puede emprender actividades para acabarla»
El Departamento de Justicia esta ya investigando si Monsanto se comprometió en acciones contra la competencia en el mercado de herbicidas, el cual domina con su producto Roundup.
El Departamento conoce las conversaciones sobre los precios de las semillas, de acuerdo a lo expresado por funcionarios. Pero no esta claro si una investigación formal ha empezado. Una vocera del Departamento declinó hacer comentarios sobre este punto.
Y un grupo de agricultores interpuso una demanda colectiva contra Monsanto en 1999, acusándola de varios delitos, incluyendo los esfuerzos por organizar un cártel con el fin de controlar el mercado de semillas biotecnológicas. En septiembre un juez federal desechó algunos reclamos, pero no la acusación de manipulación de precios. Los abogados de los agricultores han apelado las determinaciones del juez.
Monsanto inició sus trabajos sobre las semillas en la década de los ochenta, cuando aplicó la naciente ciencia de la ingeniería genética a la agricultura. Una idea fue la de desarrollar plantas de soya resistentes al Roundup, que le permitiría a los agricultores atacar las malezas sin destruir las plantas. Otra idea fue la de desarrollar un tipo de maíz que repeliera los insectos, con el fin de salvar los costos y problemas al eliminar las plagas.
La compañía gastó centenares de millones de dólares en éstos y otros proyectos y cuando las primeras semillas modificadas estuvieron listas para salir al mercado, vendió los derechos para producirlas y comercializarlas. Pioneer fue una de las primeras en firmar un acuerdo, pagando 450.000 dólares en 1992 por los derechos no exclusivos de las semillas de soya. En 1993, Pioneer pagó 38 millones de dólares por los derechos compartidos sobre el maíz biotecnológico.
Inicialmente los funcionarios de Monsanto vieron estos acuerdos como un voto de confianza en la biotecnología, dijeron algunos antiguos ejecutivos. Pero pronto algunos directores se quejaron de que dicha tecnología había sido vendida muy barata.
«Yo salí en 1993 y ellos trataron de deshacer el acuerdo», dijo Geert Van Brandt, un antiguo ejecutivo de Monsanto que ayudó a negociar el acuerdo. «Ellos querían más dinero; querían quedarse con todo».
En 1995, Monsanto remozó su programa de licencias hacia lo que algunos ejecutivos denominaron un sistema de captación de valor con el fin de obtener mayores ganancias. Bajo este sistema, las compañías que obtuvieron las licencias tecnológicas tenían que exigir a los agricultores la firma de un acuerdo de licencia para cultivadores que les prohibía replantar las semillas que guardaran de la cosecha. Monsanto también exigió a las compañías cobrar una cuota tecnológica por cada bolsa de semilla biotecnológica. Las licencias a los cultivadores estaban destinadas a recolectar esta cuota y devolvérsela a Monsanto.
La mayoría de las grandes compañías de semillas -incluyendo muchas que Monsanto ha adquirido desde entonces- estuvieron de acuerdo en usar este sistema, el cual según expertos legales es un ejercicio legítimo de los derechos de patente y licencias de Monsanto.
Pero una de las mayores compañías se mantuvo ausente de este programa: Pioneer, que ya contaba con el derecho de vender las semillas modificadas de soya y maíz de Monsanto. Preocupada porque Pioneer pudiera vender a un precio menor al que estaba siendo cobrado por otras licencias, Monsanto le pidió a esta compañía renegociar los acuerdos de 1992 y 1993, según manifiestan ejecutivos involucrados en estas conversaciones.
«Nosotros compramos las semillas de soya Roundup por cerca de 500.000 dólares», dijo Thomas N. Urban, anterior presidente y director ejecutivo de Pioneer. «Ellos nos odiaban. Cada vez que teníamos una reunión, decían: ‘Ustedes tienen que pagarnos más’. Nosotros les respondíamos ‘¿Por qué?'»
Los ejecutivos de Monsanto querían convertir su sistema de fijación de precios en una norma de la industria, conforme afirman anteriores ejecutivos de esta rama industrial.
«Teníamos preocupaciones comerciales respecto a que premeditadamente alguien pudiera sacar del mercado el costo de la tecnología», dijo Arnold Donald, anterior presidente de Monsanto y una figura destacada en las negociaciones con Pioneer. «Si Pioneer y Asgrow salieran y cobraran un precio normal por las semillas sin ponerle ningún valor a la tecnología, en ese escenario nosotros nos quedaríamos sin este valor».
Asgrow es la empresa más grande de producción de semillas de soya en los Estados Unidos. Monsanto la compró en 1997 en 240 millones de dólares. El señor Arnold dijo que él creía que lo que había hecho Monsanto era legal.
No obstante, Pioneer fue reacia a cooperar, según afirman anteriores y actuales ejecutivos de la firma, porque no veía ninguna ventaja en recolectar una cuota extra para su rival y porque estaban preocupados de ofender a sus clientes con la adopción de la licencia del cultivador, con la cual en efecto los obligaba a comprar semillas nuevas cada año.
Pero antiguos ejecutivos que fueron ilustrados sobre las conversaciones dicen que Pioneer consideró acceder a la propuesta de Monsanto a cambio de obtener más semillas avanzadas y para conseguir el conocimiento técnico fundamental sobre la ingeniería genética, las llamadas tecnologías de apoyo, que pudiera utilizar para desarrollar por sí misma nuevas semillas.
Monsanto se rehusó a compartir esa tecnología, de acuerdo con lo expresado por abogados y ejecutivos. En cambio ofreció otros incentivos, incluso 25 millones de dólares, si Pioneer adoptaba la licencia del cultivador y la cuota extra por tecnología. En algún momento, Monsanto también ofreció que Pioneer se quedara con la cuota por tecnología con tal de que lo cobrara.
«Nosotros les dijimos ‘simplemente acojan nuestra manera de hacerlo y quédense con el dinero’. Pero no quisieron», dijo el señor Donald, ahora director de Merisant, una compañía de Chicago que produce endulzantes artificiales.
Cuando las conversaciones fracasaron, Monsanto ensayó una amenaza. Ejecutivos anteriores de Monsanto dijeron que ellos le habían expresado a Pioneer que le negarían nuevos avances tecnológicos si no renegociaba.
«Les dijimos, ‘Ustedes nos pagaron; ustedes tienen los derechos'», dijo el señor Donald. «‘Pero ahora nosotros tenemos que captar un valor por la industria’. Y añadimos, ‘si ustedes quieren nuestra futura tecnología, tienen que respetar eso'».
Monsanto y Pioneer, la cual está situada en Des Moines, declinaron discutir destalles específicos de sus conversaciones.
Entre 1997 y 1998, los ejecutivos de Pioneer le dijeron a Monsanto que ellos estarían de acuerdo en cobrar un precio «selecto» o de primera calidad -con lo que de hecho aceptaron no competir con Monsanto y sus socios en los precios-, a cambio de que Monsanto le diera acceso a nuevas variedades de semillas modificadas y a la tecnología para hacer otras, de acuerdo con lo dicho por gente que ha visto los documentos relativos a este asunto.
El señor Shapiro declinó comentar sobre el tema cuando fue contactado por teléfono. Otros ejecutivos actuales de Monsanto y Pioneer que participaron en las conversaciones no fueron puestos por ellas en una situación accesible para que hicieran comentarios acerca del asunto.
En la última mitad de la década de los noventa, Monsanto buscó acuerdos similares con otras compañías rivales, de acuerdo a lo expresado por anteriores ejecutivos de la industria de las semillas.
Por ejemplo, Monsanto le pidió a la unidad de semillas de Novartis, el productor suizo de drogas y productos nutricionales, cobrar precios de primera por sus semillas de soya modificadas, a pesar de que esta empresa, como Pioneer, tenía una licencia para comercializarlas independientemente, de acuerdo a lo declarado por antiguos ejecutivos.
«Llegaron hasta nosotros y nos expusieron esa cuestión», dijo Ed Shonsey, el antiguo director de la unidad científica de cultivos de Novartis. «Pensamos que era improcedente. Nos negamos».
En 1995, Monsanto le pidió a Mycogen, situada en San Diego, que no compitiera con ellos o sus socios en el precio de las semillas biotecnológicas a cambio de obtener acceso a algunas de las nuevas tecnologías patentadas de Monsanto, de acuerdo a lo expresado por anteriores ejecutivos y a otras personas cercanas a las conversaciones.
Carlton Eibl, antiguo director de Mycogen, dijo que Monsanto también perseguía combinar su tecnología de semillas con la de Mycogen vinculándola con su sistema de determinación de precios.
«Ellos querían que nosotros obtuviéramos licencias suficientes de su tecnología para poder integrarnos a su control de precios bajo el Acuerdo de Licencias a los Cultivadores (Grower Licensing Agreement: G.L.A)», dijo, refiriéndose al acuerdo de este tipo de Monsanto. «Esta era una cuestión fundamental en relación con el control de precios con el cual no estábamos de acuerdo. Por cualquier lado que usted lo mire, iba contra la competencia». Mycogen fue adquirida más adelante por Dow Chemical.
Monsanto negó que estuviera buscando un acuerdo de precios con Novartis o con Mycogen. Dijo que eran simplemente negociaciones sobre licencias.
Traducción: MOIR