«En este artículo, Javier lajo nos explica el Pachakuti (como fenómeno cósmico) y cómo los Qhapaq Inkas de la cultura andina intentaron darle un giro contrario (pachakuti humano), a partir de re-establecer el equilibrio del mundo, entre la pareja humana, entre la comunidad y el individuo y entre la sociedad y la naturaleza, principalmente»
Los Pachakutis y el Dios «I» de los Puquinas
2012, Javier Lajo
“…los pueblos amerindios tienen un mejor conocimiento de los cambios y cataclismos de la tierra desde el comienzo de los tiempos.” Vine Deloria Jr.
Introducción
EN EL MUNDO ANDINO está aun vigente la ‘aspiración’ de re-equilibrar el mundo a partir de alcanzar el equilibrio entre la pareja humana, y que dicho equilibrio pudiera trasladarse primero a la comunidad ( ayllu ), de ahí a la sociedad y finalmente “ofrendarse” con la naturaleza o Pachamama .
La intencionalidad primera de buscar el equilibro entre los pares humanos (masculino y femenino) la vemos reflejada en el ‘ídolo’ Puquina de Illawi (Ver: Federico Aguiló. El Idioma del Pueblo Puquina, Edit. Abya Yala, Quito) que significa que el varón solo, o la mujer sola, no podrán alcanzar un conocimiento y sabiduría (Illay) completos, solamente “juntos y equilibrados” pueden iluminarse mutuamente y ver todo el horizonte del mundo y el cosmos.
Mientras que la intencionalidad de trasladar tal equilibrio a la naturaleza, la observamos en los ‘Intiwatanas’. Éstas son piedras talladas de forma especial que se hallan ubicadas a lo largo del Qhapaq Ñan o “camino de los Justos”, línea geodésica que recorre la dirección Sureste―Noroeste formando un ángulo de 45º con el Eje Norte-Sur. De su disposición espacial se deduce que su objetivo fue el de “contrapesar” el geomagnetismo del ángulo de inclinación del Eje terrestre o “Axis Mundi”, a partir de monitorear y “controlar “ el ángulo de incidencia solar, que es más o menos la bisectriz de 45 grados .
Sin embargo, sostenemos la tesis de que su verdadera función fue la de ‘amarrar’1 con procedimientos rituales y “científicos” tal ángulo de incidencia de los rayos solares sobre la tierra, para evitar los cataclismos vinculados al “reverso polar” o inversión de la polaridad terrestre.
De ahí su nombre de ‘intiwatana’ o amarre (‘watana’ del) sol o ‘inti’. Y finalmente, vamos aun más allá, al afirmar que la sociedad andina buscó también el restablecimiento o rectificación de tal ángulo, cada vez que éste periódicamente según ciclos largos o cortos, se aleja de sus coordenadas óptimas.
Dicho sea de paso, su implementación o disposición original, es decir “su calibración fina original”, todavía es un misterio, pues este ángulo óptimo (ver en los otros artículos de la serie, la solución geométrica –Chekkalluwa- del ángulo óptimo en la Cruz Tiwanaku) es el origen y causa no sólo de la calidad de las estaciones, sino también de la “vida plena” o Sumaq Kawsay, que se prodiga en la superficie planetaria.
Control del ángulo terrestre
ESTA FORMA CUASI-MÍSTICA y particular de ‘re-ligar’ del ser humano con la Pachamama, a través de la rectificación (o Pachakuti humano) del ángulo de inclinación terrestre, es la que explicaría la presencia y características de un ‘fundador’ paradigmático: Tunupa Wiracocha, el maestro inconforme y el hacedor y criador del mundo.
Aquél que: “… por (eso) su actuar en el pasado se ofrece imperfecto o defectuoso, y sólo en cuanto rectifica y perfecciona… su obra, adquiere la nota esencial más importante, que es la de poder y mando de todo lo existente”2. Esto significa superar o impedir la catástrofe planetaria, también llamada ‘Apocatastasis’.
Una de las conclusiones que se desprenden de nuestro texto sugiere la preexistencia, en el mundo andino, de una vincularidad cosmos-hombre, o pacha-runa, o lo que es lo mismo: el Yanan-Tinkuy Intin-Pacha-Runa, o Wiracocha-Pacha-Runa (Rivara, 2000: I). Tal vincularidad, alcanzada por la sociedad Inka, permitió a nuestros antepasados, entre otras cosas, intentar el control sobre el equilibrio del eje terrestre en su ángulo óptimo de rotación, y con ello el mantenimiento del “orden del mundo”; dado que inclinaciones no óptimas generan un conjunto de desórdenes climáticos, los cuales irán empeorando año tras año.
Esta línea de reflexión nos lleva a sostener la hipótesis de que con el sistema del Qhapaq Ñan (y en general con el denominado “pensamiento paritario” o “pensamiento Qhapaq”), se intentó, desde la sociedad humana, desde su ‘víncularidad’ y desde su equilibrio ‘Hampi’3 con la naturaleza, mantener la inclinación óptima; o en su defecto, revertir el deterioro, para rectificar el ángulo del eje a través de un “Pachakuti humano”.
Los Pachakutis
DE AHÍ QUE sostengamos la hipótesis de que los Inkas tenían la aspiración y el mecanismo de controlar e incluso evitar el cataclismo mayor llamado ‘Pachakuti’, palabra que literalmente significa: “el mundo se da la vuelta”.
Estos “Pachakutis cósmicos” constituían terroríficas catástrofes planetarias4, periódicas o cíclicas, cuya huella del último queda registrada en los múltiples mitos que en todas las culturas existen sobre “diluvio universal”, llamado “Unu Pachakuti” en los Andes5. Durante tales eventos, la vida, o lo que quedaba de ella sobre la tierra, volvía cíclicamente a sus inicios, para empezar así desde la vida primaria, a un nuevo ciclo.
Georges Cuvier (1769 a 1832) en su “Discours sur les révolutions du globe” (1812), ya achacó la extinción de antiguas especies animales, de las que únicamente se conservan los fósiles, a toda una serie de catástrofes planetarias que habrían destruido periódicamente la tierra y todas las especies vivientes de cada etapa geológica. Esta teoría de las catástrofes, según la cual se sucedieron faunas muy diversas a lo largo del tiempo, y que cada una de ellas fue aniquilada totalmente por una catástrofe para dar paso a la creación de una fauna nueva, fue divulgada en su obra dedicada a los huesos fósiles: “Recherches sur les ossements fossiles”, (1812).
Para Cuvier, los cataclismos debieron ser bruscos, súbitos y no graduales, como lo prueban estratos geológicos “volcados y distorsionados”. Las únicas causas que encuentra para tales ’volcaduras’, son ‘diluvios’ o levantamientos violentos del suelo oceánico. Aquí George Cuvier está hablando indudablemente de lo que nuestro pueblo indígena andino conoce como ‘Pachakutis’.
Sostenemos pues que la sociedad andina desarrolló una “praxis sagrada” histórica y una “aspiración trascendente” (como lo son en occidente la religión y la espiritualidad) para detener tales “Pachakutis cósmicos”.
Y ello lo intentaron acometer a través de un “Pachakuti humano”, que revirtiera el ángulo a su inclinación óptima, para así transformar la tierra en una “verdadera morada de la inmortalidad” al impedir la catástrofe y dar continuidad y permanencia a la cultura humana.
Se buscaba pues el devenir continuo de la cultura humana, tanto en su historia como en su evolución biológica. Y también se buscaba que tal devenir continuo, carente o evitando las grandes catástrofes, apokatastasis o cataclismos, fuera un justo premio a la conquista de su “equilibrio humano” logrado gracias a la “vincularidad” con el cosmos. Y si el cataclismo acababa por acontecer, se intentaba preservar al máximo de lo posible el ‘remanente’ de la cultura humana que quedaba tras el mismo. Esto ha quedado en la memoria del total de las religiones tradicionales, como un proceso de “purificación”6.
Solamente la cultura andina tiene (por lo que va de nuestro conocimiento) este mecanismo o “praxis sagrada” de regeneración o de superación, o mejor de “impedir la catástrofe” a través de una “recuperación y mantenimiento del equilibrio del mundo”.
Esta “praxis sagrada” explicaría también la arquitectura megalítica y el “urbanismo de alta montaña”, es decir, la construcción de las ciudades Inkas (o las “Ñaupa Llactas” actuales), en la cima de los escarpados picos de la cordillera andina, en clara prevención a las inundaciones y aluviones, provocados por la inestabilidad total del eje de rotación terrestre que se daba durante “el tiempo del Pachakuti”.
Toda esta vocación y prevención de los “cataclismos cósmicos” tendría que ver, no solamente con el avance de la ciencia y la tecnología del hombre andino y la sociedad Inka, sino con
la superación de una “conciencia individual primitiva y monomaniaca” (megalómana, ególatra y desequilibrada, de la que hace religión cierta cultura “moderna”)
y la conquista de una conciencia comunitaria superior, medio-ambiental y cósmica.
Queda claro pues, que para el mundo andino no era un problema de “religión”, de “moral” o de “ética”, sino de niveles o estados de conciencia. Tales estados de la conciencia resultaban de los vínculos complementarios y proporcionales, es decir recíprocos o reciprocitarios, del hombre con la comunidad y con la naturaleza.
El Dios «I» del pueblo Puquina
AHORA PODEMOS COMPRENDER por qué el Eje del Mundo o “I”, para la mayoría de las culturas tradicionales, ha sido el “Dios” primigenio7 y porqué ha encandilado a toda la humanidad en diversas latitudes y eras. También comprendemos las causas por las cuales tales cataclismos han marcado con fuego volcánico (…El calor “purificador” de la Pachamama) la conciencia de nuestros antepasados pos-diluvianos.
En todas las culturas, todas las religiones, incluyendo la cristiana, existen registros de tales ciclos, que terminan con cataclismos planetarios “purificadores”, que destruyen una humanidad degenerada o desequilibrada.
Muchos los interpretan como formas de “depuración”. La mencionada situación de impureza o desequilibrio, en nuestra visión andina, estaría referida a la imposibilidad “de recuperar-equilibrio del mundo” por todos los medios, para así ‘evitar’ que el equilibrio tenga que restablecerse de una forma drástica a través de leyes cósmicas.
Desgracidamente cierta jerarquía católica vulgar e ignorante ha llamado y calificado a esta práxis sagrada de los Inkas, de “recuperación del equilibrio del mundo”, como una práctica de “I – dolatría”.
Conclusiones
ESTAS ‘VOLTERETAS’ PLANETARIAS o “pachakutis”, han dejado una huella traumática imperecedera en el alma humana. Es por ello que a los puntos de la tierra dónde el ser humano se vinculaba con el “Dios I”, (como lo son en los Andes los alineados sobre el Qhapaq Ñan o “Camino de los Justos”) se les ha llamado en occidente: centro del mundo, corazón del mundo, tierra santa, omphalos, chemia, tierra pura, tierra de los santos, tierra o morada de inmortalidad, tierra de los vivos, tierra sin mal, paradesha, paradis, pardes, paraíso, árbol de la vida, y otras denominaciones por el estilo.
¿Qué otra cosa podría haber detrás de este mito del “paraíso terrenal”; que la relación del hombre con “I” o el “Dios” primigenio?, vínculo del hombre con el planeta Tierra y con la conquista y mantenimiento de la “Vida Plena” o “Sumaq Kawsay”.
De ahí, que creemos conveniente seguir investigando sobre la relación existente entre el mito del Paraíso Terrenal o “Edén” y el territorio andino sobre el que está construido el “Qhapaq Ñan”, y la significación que tendría en la actualidad la relación entre la sociedad Inka con el tema de la “Utopía” en occidente.
Todo este simbolismo sobre el “eje o centro del mundo”, la “Tierra Santa” y la “tierra de la inmortalidad”, tiene dos puntos o ideas reiterativas y comunes para todas las culturas tradicionales: uno es el “estado edénico” que alude a un “estado primordial” o de “tradición primordial del estado edénico”, y el otro es la idea de la ‘inmortalidad’, como la praxis sagrada a través de la cual se da continuidad o permanencia a la cultura humana, impidiendo la catástrofe o rectificando el ángulo de rotación del eje terrestre, o lo que es lo mismo: Regenerando el deterioro del “Axis Mundi”. Cuestión que en estos tiempos sobre el Planeta es de suma urgencia.
Artículos complementarios:
«Los Pilares de una Nueva Era» por Marc Torra, para una explicación de cuáles son, posiblemente, los pilares sobre los que se sustente la Era que justo iniciamos.
«Ciclos y Eras» por Marc Torra, para una descripción de las últimas cinco Eras.
Notas
Esta “vocación” o “voluntad” de manejar o “amarrar” el ángulo de incidencia del Sol sobre la Tierra con los Intiwatanas, la observamos aun en la actualidad en el pueblo aymara.
Por ejemplo, en la Municipalidad de El Alto, en La Paz, Bolivia, el alcalde y los pobladores encargaron a un grupo de artistas una gran escultura en mármol de la Cruz Tiwanacota, y la erigieron cómo gran monumento llamado “Puerta del Sol”, declarando explícitamente que “su voluntad era la de amarrar el sol”. (Diario El Alteño, La Paz, edición del 9 de octubre del 2004) ↩
Rivara, de Tuesta María Luisa; Pensamiento Prehispánico y Filosofía Colonial en el Perú. Editorial: Fondo de Cultura Económica, Lima, 2000. ↩
Kreimer, Elizabeth; «El Espacio del Juego en el Encuentro Intercultural». Congreso de Espiritualidad Nativa Tarapoto; 1999. ↩
El término de ‘catástrofe’ también deviene o está relacionado con la idea del mito, como “cambio violento”. Cuvier lo desarrolla para la paleontología en el libro citado y Sorel hace lo mismo en el campo de lo político y social. (Ver: Nicola Abbagnano, 1997) ↩
María Rivara, 2000: I:107 ↩
Igualmente, recomendamos al lector, revisar las teorías filosóficas de Mercia Eliade al respecto y en el plano científico Sociológico, las teorías del Mito y la Revolución, en Georges Sorel, Carlos Marx y José Carlos Mariátegui. ↩
René Genón explica bien la relación o coincidencias en varias culturas, sobre el Dios ‘I’ cuando escribe: “……en efecto, no solamente es equivalente a la ‘iod’ hebrea, …no solamente la letra ’I’ representa la unidad en la numeración latina, en razón de su forma rectilínea, que es (de todas) la más simple de las formas geométricas. Sino que incluso en la lengua china, la palabra ‘i’ significa ‘unidad’, y Tai-i es la ‘Gran Unidad’, que está representada simbólicamente como residiendo en la estrella polar, lo cual está lleno de significado pues volviendo a la letra ‘I’ de los alfabetos occidentales, percibimos que, siendo una recta vertical, es por ello mismo adecuada para simbolizar el eje del mundo”.