‘Las tierras arrasadas’, novela que busca desnudar la tragedia del migrante
La Jornada.
México, D.F. La tragedia del migrante centroamericano, perseguido, secuestrado y asesinado a su paso por un escenario de violencia llamado México, se erige como un coro de horror en la novela Las tierras arrasadas, del mexicano Emiliano Monge, quien busca desnudar lo que denomina «el holocausto del siglo XXI».
«Hace 100 años los migrantes eran los grandes emprendedores, ahora son los parias de la sociedad. La migración es el holocausto del siglo XXI, una enorme contradicción del capitalismo. Ninguna frontera entre el primer y el tercer mundo está libre de conflicto, ahí tenemos Europa», comenta Monge, quien presentó su novela la noche del martes, en una entrevista con la AFP.
Las tierras arrasadas, editada por Random House, fue concebida como pieza teatral, pero Monge prefirió plasmarla en una novela porque, además de ser un género en el que se siente cómodo, permite succionar el alma de los personajes y de la tragedia misma.
A este escritor de 37 años y Premio Jaen de Novela 2012, le tomó cuatro años la investigación y redacción de Las tierras arrasadas donde «la violencia se convierte en el escenario donde sucede esta tragedia, el escenario es México».
«Tomé testimonios de migrantes. Y todos te cuentan la misma historia una y otra vez y no es posible que digamos que no sabíamos. Entonces la literatura tiene también la función de sacar de la oscuridad lo que la sociedad y los gobiernos quieren ocultar», explicó.
Unos 200 mil migrantes indocumentados, incluidos miles de menores que huyen de la pobreza y la violencia en sus países, se lanzan cada año a recorrer territorio mexicano en busca de cruzar a Estados Unidos en una travesía en la que son extorsionados por autoridades y perseguidos por bandas criminales.
Los testimonios de migrantes, seres indefensos que «cuando inician el camino pierden la identidad, el nombre, la voz», se convierten en los coros de la tragedia que arranca con un masivo secuestro en medio de la noche, aunque también podría ser de día, en un descampado del imaginario pueblo Ojo de Hierba.
La escena parecería remembrar la masacre de 72 migrantes centroamericanos asesinados por narcotraficantes en agosto de 2010 en el poblado de San Fernando, Tamaulipas (noreste), a menos de 200 kilómetros de la frontera con Estados Unidos.
«Pero no son sólo los 72 migrantes de San Fernando. Hay muchas masacres así. Y la violencia no apareció con el narcotráfico, es un estadio más de la violencia que vivimos en este país. Y tampoco se trata de un juego de buenos y malos. Esta novela no tiene ni un solo juicio de valor», explica.
Pila fúnebre
Los secuestradores, que buscan un rescate de los familiares de migrantes establecidos en Estados Unidos, también pierden la identidad para ser ubicados con apodos que Monge extrae de una pila fúnebre.
Uno de ellos es Epitafio, de modales toscos que nerviosamente se quita y pone una gorra mientras opera el secuestro. Incapaz de contar a sus víctimas, las ve como «un chingo», un montón, una masa sin forma ni alma.
Estela, su enamorada, proviene también de un mundo de violencia. Para aliviar su sordera, estrena unos aparatos auditivos y con ellos los disparos, las súplicas, el llanto de las víctimas se convierten en música para sus enfermos oídos. Los enamorados, bruscos en expresiones que pretenden mostrar cariño, se juegan a cara o cruz cómo se repartirán a la masa migrante convertida en botín.
«Son dos personas enamoradas incapaces de llevar a buen puerto su amor porque vienen de un mundo de violencia donde a lo que más temen es a mostrarse vulnerables», explica Monge.
El gran capo de la banda es un oscuro e inmisericorde sacerdote, pese a que en la vida real los religiosos conforman una de las principales redes de apoyo al migrante.
«Este sacerdote ilustra la contradicción entre la institución y la fe. La fe es lo poco que le queda a migrantes y secuestradores y no basta un sólo padre Alejandro Solalinde (director de un albergue para migrantes) para salvar a todos», explica Monge.