al borde del exterminio
Al borde del exterminio.
Buenos días, me llamo Lelys Estrada, soy enfermero del pueblo indígena arhuaco al que perteneció mi abuela. Somos del resguardo de Busichama, sobrevivimos en las partes (estriaciones) altas de la Sierra Nevada de Santa Martha, en el Caribe colombiano. Desde hace miles de años nuestro pueblo mambea en las ceremonias sagradas con hojas de coca, pero no consumimos cocaína. No somos narcotraficantes, ni terroristas, pero estamos en medio de la guerra que Estados Unidos apoya dizque para combatirlos.
Llegué perseguido hace 15 días (una semana) a Gijón. Estoy amenazado de muerte, he sufrido dos desplazamientos forzados y estoy acogido por el Programa Asturiano de Atención a Víctimas de la Violencia en Colombia, junto con cuatro personas defensoras de los derechos humanos, todas amenazados de muerte. Por ese gesto solidario del gobierno asturiano y de doce organizaciones sociales de aquí, les damos las gracias desde el centro del corazón.
Colombia reconoce que en su territorio hay 87 pueblos indígenas. Nosotros decimos que somos 102, y que 18 están a punto de extinguirse. Quedamos pocos, somos el 3% de la población colombiana. Estamos sometidos a un proceso violento por multinacionales y narco empresarios para despojarnos los territorios ancestrales.
Los ataques mayores vienen de empresas que tienen buen nombre. Son petroleras, mineras, madereras, autorizadas por el gobierno colombiano para que entren a nuestros territorios, donde saquean, contaminan y matan. Somos víctimas del consumismo de los países desarrollados y de la avaricia de los que creen que la madre tierra les pertenece y que puede ser destrozada sin límite, sin que pase nada.
Vivimos en un país en guerra. No entendemos por qué algunos no quieren ver esa realidad terrible. Colombia está en guerra y nosotros los llamados “bárbaros” no aceptamos la barbarie de los “civilizados” como parte del paisaje. A diario en el territorio indígena hay graves violaciones de los derechos humanos: amenazas de muerte, asesinatos, masacres, desapariciones, desplazamientos forzados, violaciones de mujeres, bloqueos alimentarios, confinamiento, hambre y dolor.
Los ejércitos enfrentados ocupan nuestros territorios, algunas veces para tomarnos como escudos humanos. Por eso la Corte Constitucional ordenó retirar todas las instalaciones y los militares ubicados dentro del territorio ancestral de los pueblos jiw y nükak, en el sur de Colombia. Ellos como muchos otros pueblos indígenas están según la Corte Constitucional «en peligro de ser exterminados física y culturalmente a causa de la guerra civil y de la falta de una adecuada y oportuna protección del Estado”.
No queremos que la guerra se libre en nuestras casas. Por eso miles de indígenas del pueblo Nasa del Cauca, echaron hace dos semanas de su territorio al ejército y a la policía nacional. Estaban atrincherados en los cerros sagrados, dentro de los poblados, junto a las casas y hasta en sitios prohibidos por el derecho de la guerra, como las escuelas. La propaganda del gobierno afirma que los militares son “Los héroes de la patria”, pero no creemos en héroes que abusan de las mujeres, masacran niños y que se esconden detrás de los civiles para evitar a su enemigo.
Los militares están furiosos con la Corte Constitucional y el gobierno que desde ayer hace dos años preside Juan Manuel Santos, también. Han lanzado una campaña de desprestigio y xenofobia contra los indígenas: dicen que somos aliados de la insurgencia por no aceptar que sus tropas hagan campamentos en nuestro espacio vital. Y afirman que somos un puñado de perezosos, ignorantes y egoístas que nos oponemos al progreso y al desarrollo de los demás colombianos.
Eso no es cierto. Nos oponemos a que guerreen en nuestras casas. Nos oponemos a que la madre tierra siga siendo rehén y botín de los avarientos dueños de empresas como las carboneras Cerrejón y Drummond, que están afectando gravemente al pueblo indígena Wayuu. El carbón que está amontonando la Goldman Sachs en el puerto de El Musel, viene manchado de sangre obrera y de dolor indígena. De esa mina fue asesinado un sindicalista. La extracción de ese carbón ha dejado allá graves daños medioambientales y amenaza con destruir nuestras culturas.
La octava visita asturiana de verificación del estado de los derechos humanos en Colombia, realizada hace tres meses, pudo constatar en el caserío de Orihueca la enfermedad y la miseria en que malviven las comunidades aledañas a las explotaciones de las multinacionales del carbón. Invitamos a la misión asturiana a visitar el año entrante nuestro territorio indígena y las minas de carbón de la Guajira y del Cesar, para que hagan seguimiento a la situación de los derechos humanos.
Denunciamos a los empresarios de los llamados biocombustibles, que usan el terror narco paramilitar para despojar de sus territorios a los pueblos afrocolombianos para sembrarlos de mares de palma aceitera.
Denunciamos al gobierno colombiano por no respetar la autonomía y el autogobierno indígena, por mandarnos la guerra y por usar el señalamiento y la judicialización injusta de nuestros dirigentes. Rechazamos que nuestros hijos sean reclutados por el ejército o por las guerrillas.
Denunciamos el exterminio del pueblo indígena Kankuamo que comparte con nosotros la Sierra Nevada de Santa Martha. Clamamos por la vida de los pueblos Embera chamí, dovida, Eperara y Siapidara. Pedimos protección para los pueblos del Putumayo casi exterminados: los kofán, los siona, los huitotos, los ingas, los awá y los nasas. Pedimos solidaridad para los pueblos llevados al borde del exterminio en todo el país, incluidas las selvas del sur, como los Nukak Makú, los Guayaberos y los Hitnu de Arauca en el nororiente.
Reivindicamos el derecho a luchar para evitar que nos exterminen. Seguiremos luchando para evitar que destruyan a la madre tierra. Y para eso necesitamos de la solidaridad y de la cooperación asturiana, a pesar de los ajustes e injusticias que les imponen a ustedes un puñado de individuos que se creen dueños y amos de la madre tierra.
Los pueblos indígenas de Colombia estamos organizados y hemos logrado con nuestra resistencia centenaria importantes avances legislativos y bonitos reconocimientos en las leyes y en los convenios internacionales.
Pero nos toca seguir luchando para que nuestros derechos no sigan siendo como hasta ahora, pura formalidad, meras palabras, la máscara triste de una democracia de papel.
Gracias………………