Manuel Humberto Restrepo Domínguez
La amazonia es el cerebro ambiental de América y sus semillas la fuente de biodiversidad, para cerca de 500 millones de habitantes.
Se compone de más de 6 millones de Km2, distribuidos en 8 países involucrados, la mayor parte en Brasil. El 11 de noviembre de 2011, fue declarada por la ONU como una de las 7 maravillas del mundo. Antes había sido declarada como reserva de la biosfera, que sin mayor explicación apareció presentada en algunos mapas de los Estados Unidos presentaron como suya, con la equivalencia a territorio tutelado por ellos, como Guantánamo o las múltiples bases militares distribuidas por el planeta.
Queda la sospecha sobre porque cuando la ONU declara algo en favor de alguien, hay que leer en la letra menuda que a cambio los estrategas de la economía y de la guerra obtendrán algún beneficio, en detrimento de otros ya debilitados o temerosos. Si en este caso es una maravilla de la humanidad, la pregunta pertinente ha de ser por ¿quién es la humanidad?.
La historia ha ido mostrando que la humanidad, principal, puede ser el G-8, es decir los países ricos asociados como club privado, con patente para asaltar al resto de la humanidad, secundaria, convertida en su reserva de acumulación de capital en beneficio propio.
El G-8 no ha cesado en su empeño de convertir todo lo que existe a su alrededor en mercancías, en capital, en valor de cambio. Controla los mecanismos institucionales de la ONU y sus satélites de negocios: OMC, FMI y BM. La OMC traza el camino del despojo, apropiándose de la maquina jurídica que instituye libertades del mercado por encima de los derechos humanos.
El BM recomienda el modo de operación de las maquinarias destructoras de la vida y del planeta y creadores del capital. El FMI se presenta como el mecenas que coloca recursos para activar el despojo. La idea de “humanidad” forjada a través de la ONU, es caduca, excluyente, de ella ya no participan los Pueblos y Naciones, solo Estados, en gran proporción al servicio del modelo de acumulación del capital y de la democracia de votos y mercados.
La Amazonia fue declarada, entonces maravilla universal, presumiblemente, para poder convertirla sin mayor objeción en despensa de esa “humanidad”. De ser así, lo que se aproxima será entonces un nuevo escenario de guerra, entre los defensores del planeta y de la vida con dignidad, enfrentados a la maquinaria del capital y de la guerra, que no respeta límites éticos, ni ecológicos, ni derechos y que no atiende a los significados de la dignidad o del respeto a las culturas, que de muchas formas han manifestado que no tienen interés alguno en destruir el planeta a cambio de convertirse en nuevos ricos locales ni globales.
La Amazonia quiere ser transformada por esa “humanidad” en el gran shopping, poner todo en venta, el agua, los genes, las especies, los conocimientos, las culturas, el futuro. Esta riqueza gracias a las lógicas del mercado podrá ser convertida en poco tiempo en un nuevo centro de la guerra como Irak, Afganistán o Siria.
Los Estados Unidos ya han instalado previamente sus bases militares que son además grandes laboratorios de experimentación genética y biológica.
Los indígenas y campesinos lentamente han sido desplazados, asesinados o convertidos en trabajadores dependientes gracias a la ejecución de novedosos planes de desarrollo.
Tales planes para la América Amazónica, -la mitad de ella ubicada en Patria Grande Bolívar-, llevan el veneno de la OMC, BM y FMI que conducen al suicidio, inoculan la sustancia de la guerra que eliminan la sustentabilidad entendida como paz con la tierra.
El eje del conflicto estará entre salvar la tierra incluidos los humanos o hacer buenos negocios. Las dos no pueden funcionar juntas si el juego se define con las reglas vigentes del mercado. La ecuación es simple: o funcionan los derechos y la salud de la tierra o hay buenos negocios, unos y otros, no juntos, si hay garantías para la conservación de la biodiversidad seguramente habrá buenos derechos pero malos negocios.
La minería y en especial la de cielo abierto, ha sido convertida en la primera jugada de la maquinaria de la acumulación y de guerra, que se abra paso en la amazonia.
Sin embargo las cuentas de progreso no resultan. Según los indicadores de empleo por cada millón de dólares invertidos solo se generan entre 0.5 y 2 empleos, mal remunerados, esto es que a pesar de la alta inversión de capital prometida los beneficios sociales son muy reducidos como lo son también los aportes que reciban las comunidades locales y los países.
En Perú donde la minería es uno de sus grandes renglones, ocupa solo al 1.5% de la población, mientras la agricultura ocupa al 32% y los servicios al 26%.
En Argentina no se alcanza siquiera al 1% población ocupada en minería a pesar de los megaproyectos de emprendimiento. La conclusión inicial es que las transnacionales harán expropiación de las riquezas a costa de muy poco o nada en beneficios o progreso para comunidades y países. Si se suman los beneficios que puedan obtener las comunidades estos serán drásticamente menores a las pérdidas irreparables por desplazamientos, muertes directas en desarrollo de conflictos, enfermedades, contaminación de aguas, explotación destructiva de bosques con pérdidas de fauna, flora y sistemas de vida.
La explotación de carbón, esmeraldas, y otros minerales han dado cuenta de barbaries ya exploradas: Madre de los metales, te quemaron, te mordieron, te martirizaron, te corroyeron, te pudrieron…(Neruda).
La biodiversidad de América, es un sueño de reconquista para la “humanidad” que encabezan los Estados Unidos, esta vez promete una invasión renovada pero recurrente en negaciones, tanto a las mínimas condiciones y garantías que permitan la dignificación de los trabajadores, -como lo demostrado Pacific Rubiales entre otras (que en cambio de letrinas y ventiladores para sus trabajadores, prefirió patrocinar al equipo de futbol de Colombia)-, como negaciones a derechos de asociación, sindicalización, protesta, opinión, (Drumond, Gold) demostrando que donde el capital tiene mayor capacidad tienden a ser menores las garantías de participación y de institucionalidad democrática. El gran proyecto minero descompone el tejido social, aniquila, destruye.
Del megaproyecto planetario de la “humanidad” centrado en apoderarse del territorio y la riqueza Amazónica, hace parte entonces el proyecto minero sostenido en los pilares de acumulación y guerra, que incluye enclaves económicos y nuevas dependencias.
El despojo minero en marcha no se resuelve fácilmente por la vía de consultas, de leyes a discutir, no es un asunto de pequeñas comunidades locales aisladas, es un asunto de naciones y de pueblos, es un asunto de resolución política, que tendrá como escenario la confrontación de poderes, cuya capacidad del lado de los pueblos estará en la acumulación de fuerzas en resistencia y de solidas movilizaciones para enfrentar al capital.
Los Estados tendrán la oportunidad de fijar posiciones, de ponerse definitivamente del lado del capital o de direccionar sus políticas e instituciones en favor del interés popular por conservar sus riquezas y patrimonios colectivos. El megaproyecto tiende a imponer y sobredimensionar sus beneficios con argumentos económicos. Tiende también a ocultar las afectaciones a los modos de vida, a la propia defensa de los derechos, a la cosmovisión de la gente, a su forma de ser y vivir, a las culturas.
En América Amazónica no hay un solo país que carezca de conflictos sociales producidos por la minería.
La salida más evidente está en cuestionar las lógicas de acumulación, en revalorizar lo común, el equilibrio del planeta y esencialmente la vida con existencia política, es decir la estrategia quizá sea la de poner en juego la capacidad de resistencia social y política, usando a los derechos humanos como instrumento de empoderamiento y recurso legítimo de los pueblos para mantener viva la capacidad de resistencia y potenciar las luchas por la dignidad,
el lugar común es la defensa de la gran mancha verde del amazonas, para que no se convierta en la nueva vorágine manchada de sangre gracias a la exitosa gesta de conquista de las transnacionales que inundan de muerte y de miseria las realidades nacionales.